viernes, 5 de agosto de 2016

Días que pasan.






Cuando ya toda está en orden, y has limpiado la mierda de los perros, y has trapeado el patio con cloro y aromatizante, y has tenido especial cuidado de pasar el trapeador por las esquinas en donde mea el perro (y la palabra trapeador has tenido que agregarla al diccionario de autocorrección porque no existía [tampoco la palabra autocorreción]). También has lavado los platos y tirado la basura. Has alimentado a los perros y les has puesto un abanico para que se echen sobre ese sofá que ahora tienen destrozado y que desde hace meses estás deseando cambiar, pero para ello tendrías que cerrar las puertas y las ventanas para que no se cuele el polvo del mundo y entonces haría más calor del que ahora hace. Pero ese calor no te importa en este momento porque has encendido el aire acondicionado de tu habitación y también un abanico. Previamente tomaste un baño y te has puesto unos shorts grises que te gustan mucho. Esos que quisieras se convirtieran casi en exclusivos de tu atuendo. Y te has reclinado sobre un par de almohadas y tienes frente a ti el ordenador en una mesa diseñada para desayunar en la cama, y estás escribiendo en este blog. Pero todo es mentira. Comenzaste a escribir hace unos días pero de pronto te quedaste dormido o tuviste tanto sueño que realmente no te importó seguir escribiendo aquí. Pero el tiempo se acaba y estás nuevamente en esta habitación y hoy también limpiaste el patio y la mierda de los perros y tomaste un baño y estás en tu habitación con el aire acondicionado encendido contribuyendo a que el mundo siga siendo un hervidero cada más caliente sólo porque puedes pagar por un servicio y los días se desangran sin que tú escribas nada substancial. Tal vez las rutinas están haciendo de ti un ser sin substancia. Pero los días se irán y no volverán. ¿Cuánto tiempo más aplazarás la resolución de este destino?