jueves, 28 de mayo de 2015
Perfil de la histriónica (calienta huevos)
Uno es inocente y no sabe que allá afuera, como depredadores, están acechando, al amparo de alguna sombra, y listas a lanzarse a la yugular, las calienta huevos. Se trata de esos seres cuasi-arquetípicos, generalmente del tipo femenino (pero los hay varones o en cualquier otra configuración genérica), que se expresan por medio de personalidades extraordinariamente seductoras. La seducción les viene del hecho de manejar a la perfección un lenguaje altamente sexualizado y por lo tanto bastante persuasivo: y es que a decir verdad muchas de ellas son bastante atractivas y saben explotar los puntos débiles de aquellos a los que utilizan. Este mecanismo de seducción, que es como una especie de reflejo inconsciente de una personalidad profundamente insegura, les sirve para mantener un control férreo sobre un nutrido y muchas veces cambiante círculo de manipulados de los que demandan atención continua.
Mucho se ha hablado de las calienta huevos. En definitiva están por todos lados, siempre lo han estado y ahí seguirán. Nadie sabe exactamente qué función cumplen dentro del ecosistema de la diversidad social y sexual. Se puede especular sobre el hecho de su existencia: presiones creadas por una sociedad que históricamente le ha exigido a las mujeres ser bellas, amables y seductoras.
Atendiendo al fenómeno y no a sus causas, se puede señalar que la presencia de la histriónica se reconoce en el ejercito de mujercitas que continuamente publican fotografías en poses y atuendos sexualizados en alguna de las múltiples redes sociales que existen actualmente. Lucen sin falta sus cuerpos voluptuosos y sus rostros beatíficos a veces ayudadas por filtros y retoques de edición. Siempre aparecen con aires de diva frente a un público privado constituido por alguna red de amigos o seguidores cautos salidos del anonimato. Estas son las calientahuevos cibernéticas. Su mayor aspiración en la vida es ganar likes o comentarios halagadores de sus fans. Por supuesto que ninguno de estos fans les importa un comino y a decir verdad los consideran poco menos que estímulos anónimos, un número más en el conteo de likes recibidos.
Por cada foto encantadora que publican reciben no menos que un centenar de likes. Y si los tipos que comentan sus fotos con corazoncitos y mensajes cursis no les importan, sí les importa en cambio la sensación que ese interés y esmero continuo les causa. Quién las conoce sabe que en el fondo sólo buscan la aprobación de los demás sin que importe la actitud que adopten hacia la vida, pueden hacerse pasar por físico-culturistas, activistas sociales, feministas, atletas, hippies o meditadoras avanzadas. Publican un sin número de fotografías para crear esa realidad virtual en donde son superestrellas delate de un auditorio que nunca supera los cinco millares de seguidores. Publican también “ideas” y estilos de vida supuestamente para motivar el deseo de superación en los demás o para crear consciencia sobre problemas sociales. A nivel profundo la causa somática de todo no es otra sino el deseo obsesivo por ser el centro de atención; todas sus posturas no pasan de un mero simulacro en la mayoría de los casos.
Es difícil saber cómo es la vida de estas personitas en su círculo de amistades. No es muy descabellado imaginar que esa actitud virtual se traslape con alguno de los dos casos de calientahuevez que se discutirán a continuación.
Un caso adicional es el de las calienta huevos públicas, son las que llevan el juego a otro nivel… Se trata de muchachas extrovertidas, con mucho carisma, populares y que buscan siempre ser el alma de las discotecas o cualquier otro espacio público. Esta arena es ideal para ellas pues nunca falta algún pobre infeliz que caiga en su trampa. Ella le arriba el culo, lo abraza al grado que el tipo llega a creer que ya se la tiene echada al plato. La realidad es mucho más triste y cruel. Estas mujeres harán cualquier cosa para hacerle creer al susodicho que tienen un interés sexual (o incluso sentimental) genuino en él. Sin embargo, desde el primer instante que cruzan una mirada con el pobre desgraciado ya saben que les interesa lo mismo que un pañal usado. Son seres extraños, porque sus acciones no están guiadas por emociones que cualquier otro consideraría honestas sino en una capacidad felina para percibir vulnerabilidad en los sujetos que las abordan. Si estos sujetos muestran señales de reaccionar de manera típica a sus coqueteos y provocaciones sexuales saben de inmediato que están delante de una víctima. Al final los tipos les dan lo que quieren, atención y un deseo sexual frustrado e insatisfecho que a decir verdad es como una patada de huevos; al menos los efectos son muy parecidos. Esto no puede ser sino una conducta agresiva y antisocial. Es algo muy raro y muy difícil de entender para los o las que no se reconocen como portadores(as) de esa clase de complejos, pero es así. Esas mujeres (o tipos o lo que sean) no desean al hombre (o a la mujer o a quien sea) al que constantemente excitan para luego dejarlo plantado en medio de un dolor de huevos, sino su deseo. Nada las excita más que rostro de animal sexualmente frustrado, como al sádico o al psicópata le excita torturar a su víctima.
Sin embargo, hay otro tipo de calienta huevos, a la que yo denomino, la calienta huevos intimista. Esta muchacha también maneja un lenguaje sumamente sexual, y, lo mismo que sus contrapartes cibernéticas y públicas, es generalmente odiada por otras mujeres. Como a toda calientahuevos, les gusta hacerse pasar por incomprendidas por sus congéneres. En realidad el problema surge a consecuencia de su incapacidad para comprender que esa necesidad obsesiva de atención masculina es interpretada por otras féminas como un lenguaje agresivo y antisocial. La calienta huevos intimista no frecuenta las discotecas, ni esos lugares ruidosos que considera vulgares. Tampoco se presta a esa clase de juegos primitivos y sexuales con cualquiera. No obstante es posible que una calienta huevos de la esfera pública evolucione paulatinamente hasta convertirse en una calienta huevos intimista. Esa no es la cuestión aquí. Lo único cierto es que este tipo de mujer suele ser más peligrosa que la anterior. Sus hábitos incluyen rodearse de hombres solterones e inseguros, a los que vuelve "sus mejores amigos". Lo hace porque sabe que están enamorados de ella y mantiene a varios de ellos dentro de ese círculo de manipulados otorgándoles de vez en cuando pequeñas preseas para avivar y mantener el interés. Tan bien los elige que en cada uno de ellos reconoce una cualidad. Uno es pintor, el otro poeta, por allá otro es músico, tal vez uno es físico culturista con un ligero barniz de cultura, al fondo un científico o un ingeniero exitoso. En fin, esta calientahuevos juega de muy variadas formas a ser la musa de cada uno de ellos. Y en verdad cada uno de ellos tiene atributos que generalmente no posee la persona con la que tiene una relación permanente. Son mujeres extremadamente codependientes y al mismo tiempo controladoras, no pueden estar solas y generalmente traslapan relaciones, pasando de una a otra de manera continua. Sus relaciones oscilan entre tipos abusivos que las maltratan y las ignoran a individuos sumisos que no tienen voz ni voto.
El círculo de manipulados tampoco se puede quedar vacío, y por cada deserción hay un sustituto. Dado que mantienen relaciones más prolongadas con los individuos a los que manipulan, en ellas es más fácil reconocer ciertos atributos propios de toda calienta huevos. Uno de ellos es ese lenguaje impresionista y cargado de emociones y subjetividad, muy poco estructurado y concreto, que las distingue. Se pierden en una conversación, se van por las nubes. Otra es la rapidez con la que se aburren en una relación. Necesitan constantemente novedades, por eso en el fondo también mantienen este círculo de admiradores. En el fondo esperan que cada uno de ellos las sorprenda de distinta manera y les brinde la ternura o la atención que ya no encuentra en la monotonía de sus relaciones oficiales. También, por los datos que ellas mismas dan, pueden llegar a ser bastante crueles e insensibles en sus relaciones. No son raros en ellas los accesos de rabia acompañados de palabras hirientes; siempre encuentran una manera de justificar aquellas palabras hirientes o el arrebato que experimentaron en un momento de furia. Su centro de consciencia no se encuentra muy desarrollado y a final de cuentas esto se observa en el hecho de que se pasan utilizando a los demás para subsanar sus profundas inseguridades. El que haya leído hasta aquí sabrá ya reconocer que toda calienta huevos es el arquetipo perfecto de una histriónica.
Luego hablaré del complemento ideal de estas mujeres, los “chicos buenos”, pero esa ya será otra historia.
domingo, 3 de mayo de 2015
Las gafas de mi padre...
Estos días he trabajado muchísimo. Por la mañana decidí volver a descansar al menos una hora. Una sucesión de pensamientos que no logro recordar, me llevó hasta un punto de mi infancia, ya bastante lejano, cuando enterraron a mi hermana menor. Ella era pequeñita y tendría no más de seis años. Mi hermana había muerto tras una larga y dolorosa agonía y esa mañana en el verano del 86 mucha gente se congregó para su entierro.
Algún pasadizo de la memoria me llevó hasta ahí, y vi nuevamente, con la misma nitidez de aquella mañana, a mi madre tirada sobre la tierra húmeda recién removida del foso de la tumba. Tal vez recuerdo ahora aquel episodio que abre el libro de Trópico de Capricornio de Henry Miller, en donde el narrador hace unos comentarios sarcásticos sobre la muerte de uno de sus amiguitos y los berridos que daba la madre en el entierro a pesar de creer en Cristo y la vida eterna. Pero aquí no cabe el humor negro, y Cristo no estaba ahí ni nunca estuvo. Esa mañana en respuesta al llanto de mi madre sólo había un silencio aterrador. Ese mismo silencio sagrado que lo contiene todo, incluido ese orden implícito y desconocido del cual procedemos y al cual tendremos inexorablemente que regresar un día.
La memoria, porque eso fue y nada más, me llevó a ese lugar. Pero eso ya lo dije, que mi madre estaba tirada sobre la tierra húmeda, pidiendo la muerte a gritos. Y a su lado estaba mi abuela (que murió no hace mucho tiempo también tras una larga y dolorosa agonía) reprendiendo a mi madre, diciéndole: "tienes que ser fuerte, porque te quedan dos", para referirse a mi hermano y a mí. Mi hermano también lloraba desconsoladamente. La imagen de mi padre, en cambio, se mi pierde entre la maraña de recuerdos porque no recuerdo la expresión de su rostro. Ahora, en este instante, creo que recupero la imagen de su rostro perfectamente afeitado y su mirada etrusca resguardada bajo unas gafas platinadas que no dejaban ver en lo absoluto el brillo de sus ojos; tal vez me engaño y esos recuerdos son falsos.La parte más dura del entierro llegó cuando bajaron el féretro. Hasta ese entonces, a mis siete años, yo desconocía lo que era la muerte en sí y no la consideraba más que un viaje largo del que siempre era posible regresar. En mi familia no había muerto nadie todavía y esa mañana yo no entendía de dónde provenían esas manos invisibles oprimiendo las paredes de mi laringe y obstruyendo el caudal de mis sentimientos. El féretro descendía lentamente después de que la pequeña ventanilla se cerró para siempre. Cuando la tierra comenzó a caer sobre el féretro que era más bien pequeño y gris, entendí que esa sería la última imagen corpórea del ser que había conocido como mi hermana y el llanto que se incrementaba en los alrededores me lo confirmó. De algún modo comprendí la irreversibilidad del tiempo, la fragilidad de la vida y que sólo la eternidad era capaz de contener a la muerte. Aun así no lograba comprender por qué motivo dolía tanto la muerte.
Después del entierro y por algún tiempo, la imagen de mi hermana seguiría apareciendo en mis sueños. El féretro con la ventanilla abierta, mostrando el rostro intacto, sereno e incorrupto que vi por última vez el día del entierro, fue un símbolo recurrente que finalmente desapareció. En cambio jamás había vuelto a recordar aquella escena con mi madre tirada en tierra y mi abuela a un lado, reprimiéndola, para al mismo tiempo, alentándola a seguir adelante. Había perdido también el rostro inconmovible de mi padre y su mirada vidriosa oculta detrás de aquellas gafas platinadas. El vidrio especular de las gafas reflejaba indiferente la tumba, el féretro, a mi madre histérica, a mí y a mi hermano que lloraba desconsolado. Reflejaba también, sin duda, la mirada férrea y perdida de mi abuela; y encima de nuestras cabezas y el drama humano, la claridad del cielo infinito y las nubes serenas que pasaban y que eventualmente también se disolverían para siempre.
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