miércoles, 1 de abril de 2015

Para quien no nos conoce


Para quien nos ama (y no nos conoce) somos un mar en calma. Una promesa sin límites de dicha y paz, como un mar que se pierde en el horizonte. La novedad e intensidad del encuentro es amnesia pura. Nos restituye a un orden primigenio y delante del mundo aparecemos inmaculados; sin rastros de crueldad ni de egoísmo. El pasado yace sumergido, inaccesible, durmiendo latente bajo la superficie especular de las aguas.

Entonces nos entregamos al amor, en el mejor de los casos somos amados en correspondencia. Y esa comunión es como el encuentro de dos veleros en medio de un mar libre de tempestades. Y la serenidad de las aguas hace que reconozcamos dentro de nosotros una luminosidad que creíamos extinta, cuando no desgastada por la monotonía y los dolores el mundo. Y olvidamos el pasado embriagados un instante por el poder redentor del amor.


Si alguien ha asesinado, robado, torturado, abandonado a sus hijos, engañado, o se ha entregado al vicio; es de pronto puro, honorable, bondadoso, abnegado, honesto y virtuoso. Y si no lo es, se reconoce como tal, porque delante de él hay alguien que, cegado de subjetividad, lo percibe tal vez como realmente sea, vencida la limitación del espejismo del tiempo y la causalidad.

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