Volvíamos a escribirnos despues de almacenar largos silencios. Ella me llamaba, como siempre, "señorito", y me preguntaba siempre lo mismo: "¿Tú qué haces, en dónde estás?". Por esas fechas, yo le respondía, a esa musa desconocida y virtual (a la que tanto conocía y amaba sin siquiera haberla visto):
Yo también, en las mismas. En este programa que me parece ya eterno. Aquí se convierte uno en una sombra, en un engrane más de una maquinaria siniestra.
Cuando voy a las fiestas y mis amigos me
ven solo, deben de pensar que yo nunca he querido a nadie, que nunca
invertí las fuerzas espirituales necesarias para hacer crecer una flor.
Si supieran.
Y cuando tengo ganas de decirte
que yo quisiera estar a tu lado, me doy cuenta de que nunca fuimos más
que personajes de ficción. Que debemos someternos a una prueba de
realidad, de verosimilitud. Que tú debes someterme a una prueba. Siento
de pronto el filo de los recuerdos y el rencor por el daño que nos hemos hecho, y sé que si no consigo ser fuerte me
quedaré atrapado en medio de las espinas. Entonces veré como se pierde mi
flor y no lograré recuperar de ella ni siquiera la imagen de uno de sus pétalos...
Pero le tengo tanto miedo a las burlas del destino, a las grotescas bromas que nos juega la vida. Porque eso dijiste tú alguna vez, que la vida era una grotesca broma. Y quizás se ría de nosotros cuando por fin nos encontremos al cabo de tantos años.
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