
Llegué a Dallas un día y no fue la primera vez, pero tal vez sí la más significativa, porque en esa ocasión conducía, y sentía un estrépito propagarse por los corredores de mi alma sólo comparable a las vibraciones mecánicas que se abren paso a través de las autopistas y hacen temblar y retumbar sus gigantescas avenidas de concreto. En ese entonces me atemorizaba la complejidad de su diseño y las velocidades infernales de los autos que viajaban (y siguen viajando eternamente) en ellas: muchas veces contemplé el movimiento de esos automóviles desde puntos estacionarios y me convencí de que se asemejaban a los héroes mitológicos aun cuando nunca haya imagino a alguno o mucho menos lo haya contemplado. Las velocidades eran fascinantes, es todo lo que sé o lo que creí entender.
Esas autopistas en su momento significaron tanto para mí: temor, vértigo e incertidumbre. Y hubo algunos pensamientos que también me asaltaron al viajar sobre ellas: pensaba que no podían ser sino construcciones ciclópeas, monótonas y grotescas. Tal vez me engañaba en ese entonces por las telarañas de la subjetividad porque en ese entonces venía de un desierto en el que existí por cinco años y el artefacto más complejo que llegué a poseer y a utilizar fue una bicicleta.Por eso al recorrer las autopistas de Dallas no podía dejar de pensar en la frase aquella tristemente célebre repetida tantas veces con bastante aire de malicia: "Se llama el sueño americano porque hay que estar dormido para creerlo". Pero ya les digo, tal vez en su momento me engañaban mis prejuicios y esa inocencia pueblerina que me hizo sólo conducir por avenidas de poca mota en la ciudad en donde viví y mis valientes intentos de frugalidad respecto al transporte. En todo caso creí comprender porque en las series televisivas nunca se mostraba esa realidad grotesca de concreto (por las que a diario transito como una hormiga más). Eso soy ahora, sólo una hormiga más y las autopistas las tripas, el lado sucio y la consecuencia bárbara del modo de vida estadounidense.
Con motivo de las autopistas yo quería llegar a un asunto importante y llegaré a él a pesar del temporal. El tema del destino y las carreteras de Dallas son quizás, sin querer, la alegoría perfecta y el asunto del que me debo ocupar. Porque una carretera, una autopista, es una ruta fija que conecta dos eventos distintos. Nos lleva de una realidad A a una realidad B, de un asunto a otro. Y a veces en lugar de movernos directamente de un punto A a un punto B, llegamos antes a un punto O, intermedio. Y así, el trayecto AO se convierte en realidad en una desviación que luego contrarrestamos al tomar el tramo OB, pero el B que pare ese entonces encontramos ya no es el mismo.
Tal vez me estoy perdiendo en esta rigurosidad casi geométrica al hablar de locaciones, eventos, trayectos, en lugar de ir al tema que quería tocar. Yo debía de haber venido aquí hace diez años y no lo hice. Y ahora escribo desde Dallas, pero mañana, ¿desde dónde escribo? Hace diez años quise estar en la posición en la que ahora me encuentro y esa supuesta "oportunidad" me pasó de largo. Tal vez más de uno se pregunte cuál es la conexión entre las autopistas de Dallas y el destino, pues bien: el destino es como una autopista. Una maldita autopista al infierno o sino al purgatorio cuando menos. Bueno, tal vez exagero, pero qué importa. Lo cierto es que tiene múltiples desviaciones. Uno puede elegir, como ya lo expresé, dar un rodeo, pero hay sitios a los que uno está inevitablemente predestinado. Mírenme aquí.
Si mal no recuerdo yo hice una desviación, un rodeo de casi "diez años" para pasearme por otras autopistas antes de venir acá. Allá dejé otros asuntos pendientes y comencé o tal vez terminé otros dramas: nunca sabré. Uno rara vez sabe algo con seguridad y sin embargo a estas alturas me cuesta creer que no exista el destino. Destino tiene que ser el hecho de haber vivido en sitios en donde nunca me imaginé y en circunstancias en las que hubiera preferido no estar, y sin embargo, ahí estuve. Maldita mi suerte y pobres de todos aquellos a los que hice sufrir, incluso sin querer, y desgraciados de todos aquellos que me hicieron sufrir, tal vez también sin querer. Satanás sabrá mejor que yo si todo fue sólo por cumplir un propósito desconocido. Propósito que tal vez no exista pero que yo me invento.

Pero ya estoy aquí, para saldar algunas cuentas o para abrir nuevas heridas en este purgatorio o esta anticipación del infierno. No sé qué extraños vientos me trajeron hasta aquí, y no sé qué hubiera sido de mí si en lugar de venir ahora, después de diez años, hubiera venido en aquel entonces lejano, cuando era otro, y esta realidad, que ahora me circunda, era otra también. Todo lo puedo sellar con aquella frase que dice que el hubiera no existe y quizás las cosas sólo pudieron haber sido de la manera que ahora son. Si hubiese llegado en primer lugar a esta metrópolis y después de largos años me hubiese ido al desierto que encuentros y que citas en las avenidas del tiempo se hubieran sustituido recíprocamente. Hoy sin embargo yo me consuelo con la idea de las carreteras y la ilusión de que pude haber elegido estar aquí hace diez años y los encuentros y las experiencias con las que ahora me encuentro pudieron haber sido distintas pero al mismo tiempo, equivalentes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario