viernes, 5 de agosto de 2016

Días que pasan.






Cuando ya toda está en orden, y has limpiado la mierda de los perros, y has trapeado el patio con cloro y aromatizante, y has tenido especial cuidado de pasar el trapeador por las esquinas en donde mea el perro (y la palabra trapeador has tenido que agregarla al diccionario de autocorrección porque no existía [tampoco la palabra autocorreción]). También has lavado los platos y tirado la basura. Has alimentado a los perros y les has puesto un abanico para que se echen sobre ese sofá que ahora tienen destrozado y que desde hace meses estás deseando cambiar, pero para ello tendrías que cerrar las puertas y las ventanas para que no se cuele el polvo del mundo y entonces haría más calor del que ahora hace. Pero ese calor no te importa en este momento porque has encendido el aire acondicionado de tu habitación y también un abanico. Previamente tomaste un baño y te has puesto unos shorts grises que te gustan mucho. Esos que quisieras se convirtieran casi en exclusivos de tu atuendo. Y te has reclinado sobre un par de almohadas y tienes frente a ti el ordenador en una mesa diseñada para desayunar en la cama, y estás escribiendo en este blog. Pero todo es mentira. Comenzaste a escribir hace unos días pero de pronto te quedaste dormido o tuviste tanto sueño que realmente no te importó seguir escribiendo aquí. Pero el tiempo se acaba y estás nuevamente en esta habitación y hoy también limpiaste el patio y la mierda de los perros y tomaste un baño y estás en tu habitación con el aire acondicionado encendido contribuyendo a que el mundo siga siendo un hervidero cada más caliente sólo porque puedes pagar por un servicio y los días se desangran sin que tú escribas nada substancial. Tal vez las rutinas están haciendo de ti un ser sin substancia. Pero los días se irán y no volverán. ¿Cuánto tiempo más aplazarás la resolución de este destino?

miércoles, 22 de junio de 2016

Le dije adios a Arizona

Estuve en Arizona. Yo no esperaba volver ahí. Al menos no pronto. Y sin embargo por razones que ahora me costaría describir en detalle, tuve que volver. Lo hice tal vez porque creí que tenía que cumplir una promesa. En realidad no sé muy bien porqué regresé, y todos esos detalles se vuelven irrelevantes cuando pienso en la dimensión y el alcance de la experiencia de ese fugaz retorno.

El desierto seguía ahí, con su sol abrazador, con su aire carente de humedad, con sus colores sepias y sus montañas monolíticas, con la claridad de un cielo que desconoce la nubosidad, con ese silencio abrumador que se cuela por las avenidas inconmensurables y los espacios que se abren a toda la extensión del desierto. El tren ligero seguía ahí también. Esos vagones por los que viajé muchísimas veces sintiendo la soledad del desierto bullir dentro de mí. Recordé esa sensación de estar atrapado al fondo de un sueño insubstancial, vacío de realidad, lleno de espejismos.



Y ahora ese inesperado retorno hacía que yo volviera a recorrer las estaciones del metro. Marcel Proust alguna vez escribió sobre el tiempo y la memoria. Lo hizo también jugando con los recuerdos acumulados en cada una de las estaciones de un tren. Yo creí que todo eso era pura experimentación y fantasía. Imaginación con la que se llena las páginas de un libro. Palabras bien ensartadas para que las lea alguien no carente de una sensibilidad especial a la musicalidad y el ritmo. Ahora sé que se puede viajar a través de las estaciones de un tren como se viaja por asociación con la memoria, uniendo un recuerdo con otro de manera metonímica,pero nunca en orden cronológico. Eso fue justamente lo que me pasó. Y tal vez la experiencia tenga que ser terriblemente cierta porque a final de cuentas la vida no es una línea recta a pesar de que algunas veces las vías del tren ligero sugirieran lo contrario.

Vi episodios de mi vida en cada una de esas estaciones. Había algunas de ellas en donde las asociaciones de recuerdos eran mucho más densas y poderosas. Entre algunas estaciones había enormes recorridos. Uno hubiera creído que la distancia entre ellas era absurda si se consideraba que el tren ligero era una forma de transporte público. Esas elucubraciones quedaban de inmediato opacadas cuando uno recordaba que esto era un sistema de trasporte estadounidense, en el estado de Arizona, en el área metropolitana de Phoenix, y más aun si uno recordaba que entre Phoenix y Tempe sólo predominaban terrenos baldíos inmensos y bodegas perdidas en medio de los arenales. Pero las distancias enormes servían para que yo pudiera recorrer la extensión de mis memorias que se expandían lo mismo que la distancia entre una estación y otra.



Recordé las visitas furtivas a las mujeres que no amé pero que me amaron vehementemente, yendo en sentido inverso a la trayectoria en la que ahora me desplazaba desde Phoenix hasta Tempe. El amor es una gema preciosa difícil de encontrar y sin embargo, cuando no existe reciprocidad, para nada nos sirve. Es una accesorio costoso e inútil. Puede llegar a ser pesado e incómodo para el alma. Yo hacía esas visitas oculto en medio de la noche. Eran viajes quizás de una hora. Recordé ante todo a la mujer que siempre me hizo sentir bien, como un niño consentido, mimado y protegido. Me ofreció también, el santuario de su cuerpo en el cual me adentré experimentando un éxtasis y un gozo que no había sentido jamás. Era mujer hermosa e inteligente, con una aguda sensibilidad pero yo no la amaba. En sus muslos busqué refugio ante la soledad del desierto y la llegué a considerar un punto de descanso para el alma.

Unas estaciones más adelante, pasando delante del aeropuerto de Sky Harbor, recordé mi llegada a Arizona. Sentía gran entusiasmo al comenzar ese nuevo proyecto pero también tristeza porque yo no deseaba en el fondo estar ahí. Me llegaron también los recuerdos de los recorridos nocturnos atravesando el desierto entre Tempe y Phoenix. Me servía en aquel entonces lejano de una bicicleta y me sustentaba en la imagen de M. Ella era un resguardo, un cobertor interior durante las noches gélidas de invierno. Creí amarla, pero ella era también una imagen hecha de arena y de espejismos. Y en esa misma estación recordé también a A, que creyó amarme. Y no logró comprenderme ni yo logré comunicarle lo más hondo. El trayecto ya me había hecho concluir que en el amor estamos solos. A esas mujeres que habitaban en Phoenix y que creían amarme apasionadamente yo nunca intenté mostrarles el secreto que llevaba oculto, y en cambio, a las mujeres que creí amar, nunca logré comunicarles el arcano que llevaba sobre mis hombros desde tiempo inmemorial. Todos éramos creaciones espectrales salidas de nuestras fantasías y nuestros anhelos. Nunca íbamos a llenar esos vacíos con nadie ni con nada. Eran más inmensos que los terrenos baldíos y arenosos, y los espacios entre las estaciones.


Y sin embargo, y de eso me di cuenta casi al final del recorrido, que nunca dejé de buscar el amor. Y a pesar de haber tenido varios encuentros falsos, nunca el amor me reconoció ni yo logre reconocerlo. Sentí tristeza porque sentía que esa había sido la constante de mi vida. Ese trayecto sólo era la confirmación y si no había sido posible consumar ese amor durante la primera mitad de mi vida, no sería posible consumarlo durante la segunda mitad o sería ya un intento incipiente y patético. 

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domingo, 17 de enero de 2016

The gatekeeper



He utilizado esta palabra porque no encuentro otra similar en español que tenga el mismo significado y al mismo tiempo ese alcance y resonancia que para mí la caracteriza. Tal vez el hecho de buscar la palabra correcta en español ya podría constituir un ejercicio de escritura en sí mismo digno de una publicación en este aburrido blog, pero no quiero ocuparme de eso en este momento.

Vuelvo de nuevo, como ya lo he hecho muchas otras veces, a analizar obsesivamente mi vida. Sé que ninguna de las reconstrucciones es cierta y mucho menos correcta. Intuyo que son sólo olas transitorias y perecederas azotando sin cesar la costa de este lado de mi vida. Me encuentro fugazmente ese sitio impalpable en el que todos y cada uno de los ahoras me compenetran. Dibujar y desdibujar mi vida desde este litoral misterioso se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos: soy un coleccionador de anécdotas, ciclos, epifanías, sueños y tristezas. Sé que nada de esto es glorioso o especial y lo mismo se puede ridiculizar mi vida. Más de uno ya ha visto o podrá ver en estos sucesos, y en estos trazos, no la historia que yo me invento, sino algo grotesco y ridículo: la caricatura de mi vida.

Esta historia, mi historia, se intercepta con la de M, un hombre sabio que recientemente me ha brindado su amistad. Las circunstancias nos han acercado a pesar de que nos hemos conocido por cerca de diez años. M posee una férrea ética de trabajo y una mente penetrante y lógica, y es, al mismo tiempo, un esteta. Hemos sido, cada uno a nuestra manera, exploradores intensos y apasionados del misterio, cualquiera que sea la careta bajo la cual se oculte. M es un científico de elite venido a menos (yo un humilde coleccionador de sueños, como ya dije). M tiene una afición especial por el arte y la literatura. Por lo que me ha mostrado con relación a la pintura (su padre mismo fue un pintor reconocido en su país y su madre una poeta sin renombre). Entiendo que le ha llevado años llegar a ser un conocedor y "entrenar el ojo". Al escucharlo sé que percibe no sólo el instinto del artista, sino también la elaboración y la precisión técnica invertidas en la realización del proyecto.

M procede de un país remoto, Kazajistán, por el que han desfilado diversos imperios, incluidos el musulmán, el mongol y el ruso. Los rasgos de M  dejan entrever que por sus venas fluye tanto la sangre del gran Khan como la de los zares rusos. No sé si lo anterior realmente importe aunque sea sólo para construir una anécdota que justo en este momento no sé cuál es. M vino a los Estados Unidos a estudiar un doctorado en física teórica hace ya largos años, quizás más de veinte. En ese entonces era un estudiante ambicioso y fue aceptado en una de las universidades más prestigiosas del mundo en el área de las ciencias. Cuando lo conocí una década atrás no éramos lo que se podría decir propiamente amigos. Yo deseaba abandonar las ciencias en favor de las humanidades, él, por su parte, constantemente me sugería permanecer en ese campo. A pesar de sus consejos e insistencia rompí mi relación con la ciencia. Esa decisión de la cual todavía no me arrepiento, pero tendré largo tiempo para arrepentirme, puso en movimiento toda la maquinaria que me condujo, muchos años después, a la bóveda de este purgatorio en el que ahora me encuentro. M es el gatekeeper, él es quien guarda el acceso al purgatorio. Tal vez alguno, si es que alguien lee estos disparates que escribo, se preguntará cómo fue que M llegó a asumir esa función; lo  intentaré explicar a continuación.

Todo comenzó el día que visité el departamento de la universidad en donde alguna vez había realizado esos estudios científicos de posgrado. Estaba ahí para saludar a un viejo profesor, y desde aquel entonces lejano, jefe del departamento, un hombre bastante carismático. Sabía que tendría con él una charla amena que como siempre divagaría en torno a la ciencia, la literatura, la filosofía y el arte. Todo estaría sazonado, eso sí, con el pobre y a veces torpe humor argentino de este profesor. Fue con esa intención que llegué al departamento. El orangután a cargo de la oficina me trató desde un principio con desmedida desconfianza. Tal vez creyó que yo era algún oportunista o vendedor de cepillos intentando escurrirse dentro de una oficina en la que no tenía realmente asunto. Durante esa breve espera M apareció, me saludó efusivamente y pidió que nos viéramos, para lo cual me dio su teléfono. Ambos usábamos en ese momento por simple convicción ideológica, teléfonos celulares de ínfima calidad. Una vez que vi al profesor y me hube ido pensé que llamar a M sería una gran tontería. ¿Qué le iba a decir? ¿Lo mismo que minutos atrás le había dicho a mi antiguo profesor? ¿Que no había encontrado ningún trabajo como profesor universitario de literatura hispanoamericana, y que ahora me veía degradado a trabajar como maestro de matemáticas a nivel preparatoria (High School)? (Por lo cual mi tutor me felicitó sin ningún tapujo insinuando que tener un trabajo, así se tratara de recoger excremente, era mejor a no tener nada y sobre todo si me iban a pagar tan bien). Cuando M me dio su número de teléfono y me pidió vernos pensé que verdad no quería justificar delante suyo que todo lo hacía con tal de tener un ingreso no poco atractivo para un coleccionador de sueños como era y todavía soy. ¿No era ridículo que ahora me presentara con él y le explicara mi situación y le dijera: "Pues mira, M, estos últimos cinco años, con excepción de algunos libros maravillosos que leí, se pueden ir por la taza del excusado junto con un libro de cuentos que en mala hora escribí"? ¿A él, que tanto me había insistido para que no abandonara las ciencias le iba ahora a decir que no sólo no había conseguido lo que me proponía sino que había vuelto a las ciencias y que en lugar de ascender me había degradado?

No sé por qué motivo me decidí a llamarlo y lo vi al siguiente día. No tuve necesidad de explicarle muchas cosas. Fuimos a la playa, que no estaba a más de una hora de ahí, y caminamos por la orilla del mar ya bien entrada la noche. La conversación o tal vez el momento fue memorable, había oscuridad, brisa, un rugido de olas, edificios. M apareciera transfigurado o al menos rebelaba una sabiduría profunda con la que nunca había entrado en contacto. Todavía pienso en ese encuentro tan fortuito que tuvimos después de cinco años y a veces imagino que quizás no haya sido una coincidencia sino que fue el resultado de un preacuerdo del espíritu.

Desde entonces M guarda el acceso al purgatorio, él es el gatekeeper, y por purgatorio entiendo este trabajo horrible educando adolescentes malcriados que [ahora] desempeño. Dicen que los amigos que frecuentamos en diversas épocas son un reflejo de las circunstancias que envuelven a nuestra vida en esa etapa específica. Ese parece ser el caso y tal vez esa sea la razón por la cual M aparece siempre a las puertas del purgatorio. M está siempre presente en cada una de las ocasiones en las que he viajado de regreso a esta ciudad. La ciudad, llena de autopistas y bifurcaciones que son de alguna manera, como ya lo he dicho en algún otro lado, la perfecta alegoría de mi vida o de la vida de cualquiera.

Después de cada visita a mí ciudad y una vez llegado el momento de regresar, hago una pausa en su casa o vamos a comer a algún restaurante. M no es un hombre tacaño, ni tampoco frugal, generalmente me invita a comer y yo trato de invitarlo también para compensar el favor. Luego de una larga conversación me lleva ya sea al aeropuerto o a la central de autobuses. Él es siempre ese punto de retorno desde el cual mi espíritu se redirige a este espacio de sufrimiento para el alma, al menos la mía, si es que tengo uno. Quizás no.

Sin embargo, a pesar de este patrón repetitivo, no fue sino hasta hace poco que noté la extraña relación que había entre M y mis viajes de retorno a Dallas. A estas alturas, él, mejor que nadie, sabe que desempeño este horrible trabajo por un mero propósito pragmático e utilitario. Mi ser (si es que existe el ser) no resuena (al menos no la mayor parte del  tiempo) con las actividades que desempeño. Por el contrario, muchas veces siento que van en detrimento de mis fuerzas vitales y creativas.

¿Cuáles son pues esas similaridades que le dan a M el carácter de portero del purgatorio más allá del hecho de que él mismo parece ser un paraje de reposo antes de internarme en ese mar lleno de tempestades? Una de ellas es el paralelismo de nuestras vidas aun cuando las circunstancias específicas sean distintas. M me ha dicho muchas veces que se siente atrapado en su trabajo, según entiendo, él siempre soñó con hacer física pura sin la necesidad de todo al aparato burocrático que debe llevar a cuestas para mantener su posición. Me ha dicho que nunca renunció al ambiente académico y a la investigación porque en aquel entonces quería asegurarse de obtener primero (digámoslo sin tapujos) la famosa Tarjeta Verde o peor llamada GREEN CARD. Y escrita así parece una obscenidad, y sin embargo esa condición legal es algo a lo que muchos aspiran, incluso los idealistas o los intelectuales que condenan abiertamente las políticas imperialistas de dicho país. Yo los he visto, porque me he visto a mí mismo, arremeter en grande y mofarse del monoculturalismo, de la escasa sofisticación, del dogma religioso y retrógrado paradójico para una de las sociedades tecnológicamente más avanzadas. También los he visto, condenar el racismo y la brutalidad de su cuerpo policial, la paranoia y por consiguiente la obsesión por la posesión de armas como derecho sagrado, el excepcionalismo y muchas cosas más. M  dice que vendemos nuestra alma por un poco de comodidad. Ya hace casi un siglo, decía Vasconcelos, los hispanos en Estados Unidos confundían la cultura con los elevadores y los teléfonos. Lo cierto es que aquí los pesos fluyen y la gente se acostumbra muy fácilmente a dormir desnuda en invierno y cobijada en los veranos. Muchos dicen que sufrimos un proceso de deshumanización mientras vivimos acá, pero la vida en nuestros países bajo ciertas condiciones llega a ser más denigrante que todas las humillaciones y sinsabores que algunos tienen que pasar mientras se encuentran acá, en la condición de extranjeros. En el caso de M el proceso resultó tan largo y tedioso que según entiendo, se perdió a sí mismo en él. Cuando finalmente lo logró según me ha dicho, ya no tenía nada más que hacer con su vida. Estos son temas difíciles porque a pesar de que ese cambio de status legal es buscando por muchísimos, no todos se atreven a reconocerlo. Creo que temen ser considerados, banales, materialistas estúpidos y pobres de espíritu. Ese era el caso de un viejo compañero de letras, que llegó a escribir inclusive una novela sobre la falta de dignidad de esos que buscan mejorar su condición dentro de los límites del imperio. Decía que él no era una persona ignorante que buscara desesperadamente permanecer en este país como era el caso de nuestros paisanos menos afortunados que vienen sin otra cosa que su ignorancia y la fuerza de sus manos. Todo eso lo repitió incansables veces y al final terminó casándose con una mujer a la que no amaba cuando, lo mismo que yo, tampoco pudo encontrar la posición de profesor de literatura que le habría asegurado la estadía y le habría permitido eventualmente modificar su status y tal vez en un futuro, abandonar la sofocante academia a la que decía odiar. Resultó, a final de cuentas, ser un hipócrita como somos muchos, el joven escritor. Nadie quiere ser visto como un advenedizo cuyo principal motivo es huir de la miseria y la violencia de la periferia y de la cual en gran parte son responsables las naciones poderosas, porque entonces uno tiene que reconocer su complicidad y su parte dentro del genocidio ecológico y humano. Esto es especialmente cierto por más que se pregonen discursos de igualdad, de ecología, de diversidad y de humanidad desde las torres de marfil académicas. En ningún momento estas personas van a renunciar a sus pequeñas mansiones equipadas con todas las comodidades de las naciones desarrolladas y el acceso a un vehículo de modelo reciente en autopistas gigantescas de concreto por las que se mueven a la velocidad del trueno. O a la seguridad de salir a la calle sin temor al secuestro, la extorsión, a la desaparición o a la tortura.

En la búsqueda de esa estabilidad ingreso repetidamente a ese purgatorio a falta de valor por cambiarlo por otro o por ciertas obligaciones morales de las que prefiero no hablar. Pero sé que él, M, el gatekeeper, sabe muy bien lo que hay detrás de esa puerta porque él ya ha estado ahí.

viernes, 1 de enero de 2016

Año Nuevo...




Año nuevo, vida nueva, se escucha con frecuencia; eso sin considerar las estridencia de los siempre risibles y pueriles propósitos. Por esas fechas la gente se reúne para celebrar nunca he entendido bien qué asunto (sí, son bastantes predecibles) y la televisión se encarga de reafirmarles que sí, que tienen que celebrar (como les digo, no sé exactamente qué). Intuyo que es algo relacionado con los ciclos y los movimientos de los cuerpos celestes. Debe ser algo íntimamente relacionado con el laberinto de sus vidas, porque a partir de ese año según tengo entendido (y he tenido suficiente tiempo para entenderlo así a lo largo de los años) todo tiene que ser dicha y felicidad, o al menos todos se desviven con los mejores deseos. Pero la realidad no se construye de deseos sino de accidentes o de un destino (compuesto de accidentes) que bien lejos estamos de poder modelar a nuestra voluntad o al menos con esa voluntad ilusoria con la que nos arrastramos a través de los días (y los años) sin entender que somos dirigidos por fuerzas e impulsos invisibles. Pero nada de eso se toma en consideración, y así, después de todos los abrazos, los buenos deseos (y aun antes de ellos y eso sin contar las borracheras y las desveladas) lo único que yo contemplo a final de cuentas en esas reuniones es un compendio de seres que no tienen deseos de entenderse y de mirar dentro de sí mismos.

Quiero decir que yo no estoy en contra de la convivencia de las personas si esto es de su agrado, pero sí sospecho en extreme de las salidas falsas. Estos atajos al auto-engaño son bastante transitados porque ofrecen soluciones rápidas aunque no por ello menos falsas. Pero más allá de los propósitos superficiales, como visitar los gimnasios, hacer dieta y adquirir algún nuevo hobbie, algunos se proponen inclusive el hábito de la lectura, (que siempre se abandona por falta de disciplina o de tiempo o ambas), seguiremos reproduciendo las mismas conductas destructivas que contribuyeron a nuestra infelicidad espiritual en el postrero año. En verdad los seres humanos no tenemos remedio. Porque al ver la fotografías y la imagen que todo mundo proyecta uno se puede llegar a tragar la idea de que son profundamente felices cuando nada podía estar más alejado de la realidad. El mundo, y sobre todo el mundo frívolo, es infeliz por cuestiones reales e imaginarias y contribuye de la misma manera a la infelicidad de otros a veces de manera involuntaria.

La gente se ha molestado conmigo y me ha llamado amargado por destruirles sus "ilusiones", sus espejismos, vaya. Es que a decir verdad, de un tiempo a la fecha, no he podido ver en esas celebraciones nada sino un ritual vacío. Hay hoteles inclusive en dónde les rentan una mesa, les dan de comer, los embriagan, los ponen a bailar (las mismas canciones ñoñas de siempre) y luego les rentan una habitación para que duerman seguros pero al otro día no les dan el desayuno ni un triste jugo para la resaca.

Yo veo a mucha gente que se la pasa genial, y yo creo que hay algo retorcido en mí que no entiende el porqué del alboroto. Para mí el mundo seguirá siendo el mismo porque las personas seguirán siendo las mismas o si acaso cambian (con un poco de suerte para bien) será debido a las crisis espirituales que a todos nos sacuden más de una vez en el transcurso de nuestras vidas, pero que pocas veces tienen la suficiente energía como para transformar a los individuos y alejarlos de sus patrones destructivos removiendo al menos, uno de los interminables velos con los que todos deambulamos por este mundo extraño y predatorio siempre pronto a atraparnos en alguno de sus innumerables espejismos en alguna de sus deslumbrantes imágenes ficticias.