He utilizado esta palabra porque no encuentro otra similar en español que tenga el mismo significado y al mismo tiempo ese alcance y resonancia que para mí la caracteriza. Tal vez el hecho de buscar la palabra correcta en español ya podría constituir un ejercicio de escritura en sí mismo digno de una publicación en este
Vuelvo de nuevo, como ya lo he hecho muchas otras veces, a analizar obsesivamente mi vida. Sé que ninguna de las reconstrucciones es cierta y mucho menos correcta. Intuyo que son sólo olas transitorias y perecederas azotando sin cesar la costa de este lado de mi vida. Me encuentro fugazmente ese sitio impalpable en el que todos y cada uno de los ahoras me compenetran. Dibujar y desdibujar mi vida desde este litoral misterioso se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos: soy un coleccionador de anécdotas, ciclos, epifanías, sueños y tristezas. Sé que nada de esto es glorioso o especial y lo mismo se puede ridiculizar mi vida. Más de uno ya ha visto o podrá ver en estos sucesos, y en estos trazos, no la historia que yo me invento, sino algo grotesco y ridículo: la caricatura de mi vida.
Esta historia, mi historia, se intercepta con la de M, un hombre sabio que recientemente me ha brindado su amistad. Las circunstancias nos han acercado a pesar de que nos hemos conocido por cerca de diez años. M posee una férrea ética de trabajo y una mente penetrante y lógica, y es, al mismo tiempo, un esteta. Hemos sido, cada uno a nuestra manera, exploradores intensos y apasionados del misterio, cualquiera que sea la careta bajo la cual se oculte. M es un científico de elite venido a menos (yo un humilde coleccionador de sueños, como ya dije). M tiene una afición especial por el arte y la literatura. Por lo que me ha mostrado con relación a la pintura (su padre mismo fue un pintor reconocido en su país y su madre una poeta sin renombre). Entiendo que le ha llevado años llegar a ser un conocedor y "entrenar el ojo". Al escucharlo sé que percibe no sólo el instinto del artista, sino también la elaboración y la precisión técnica invertidas en la realización del proyecto.
M procede de un país remoto, Kazajistán, por el que han desfilado diversos imperios, incluidos el musulmán, el mongol y el ruso. Los rasgos de M dejan entrever que por sus venas fluye tanto la sangre del gran Khan como la de los zares rusos. No sé si lo anterior realmente importe aunque sea sólo para construir una anécdota que justo en este momento no sé cuál es. M vino a los Estados Unidos a estudiar un doctorado en física teórica hace ya largos años, quizás más de veinte. En ese entonces era un estudiante ambicioso y fue aceptado en una de las universidades más prestigiosas del mundo en el área de las ciencias. Cuando lo conocí una década atrás no éramos lo que se podría decir propiamente amigos. Yo deseaba abandonar las ciencias en favor de las humanidades, él, por su parte, constantemente me sugería permanecer en ese campo. A pesar de sus consejos e insistencia rompí mi relación con la ciencia. Esa decisión de la cual todavía no me arrepiento, pero tendré largo tiempo para arrepentirme, puso en movimiento toda la maquinaria que me condujo, muchos años después, a la bóveda de este purgatorio en el que ahora me encuentro. M es el gatekeeper, él es quien guarda el acceso al purgatorio. Tal vez alguno, si es que alguien lee estos disparates que escribo, se preguntará cómo fue que M llegó a asumir esa función; lo intentaré explicar a continuación.
Todo comenzó el día que visité el departamento de la universidad en donde alguna vez había realizado esos estudios científicos de posgrado. Estaba ahí para saludar a un viejo profesor, y desde aquel entonces lejano, jefe del departamento, un hombre bastante carismático. Sabía que tendría con él una charla amena que como siempre divagaría en torno a la ciencia, la literatura, la filosofía y el arte. Todo estaría sazonado, eso sí, con el pobre y a veces torpe humor argentino de este profesor. Fue con esa intención que llegué al departamento. El orangután a cargo de la oficina me trató desde un principio con desmedida desconfianza. Tal vez creyó que yo era algún oportunista o vendedor de cepillos intentando escurrirse dentro de una oficina en la que no tenía realmente asunto. Durante esa breve espera M apareció, me saludó efusivamente y pidió que nos viéramos, para lo cual me dio su teléfono. Ambos usábamos en ese momento por simple convicción ideológica, teléfonos celulares de ínfima calidad. Una vez que vi al profesor y me hube ido pensé que llamar a M sería una gran tontería. ¿Qué le iba a decir? ¿Lo mismo que minutos atrás le había dicho a mi antiguo profesor? ¿Que no había encontrado ningún trabajo como profesor universitario de literatura hispanoamericana, y que ahora me veía degradado a trabajar como maestro de matemáticas a nivel preparatoria (High School)? (Por lo cual mi tutor me felicitó sin ningún tapujo insinuando que tener un trabajo, así se tratara de recoger excremente, era mejor a no tener nada y sobre todo si me iban a pagar tan bien). Cuando M me dio su número de teléfono y me pidió vernos pensé que verdad no quería justificar delante suyo que todo lo hacía con tal de tener un ingreso no poco atractivo para un coleccionador de sueños como era y todavía soy. ¿No era ridículo que ahora me presentara con él y le explicara mi situación y le dijera: "Pues mira, M, estos últimos cinco años, con excepción de algunos libros maravillosos que leí, se pueden ir por la taza del excusado junto con un libro de cuentos que en mala hora escribí"? ¿A él, que tanto me había insistido para que no abandonara las ciencias le iba ahora a decir que no sólo no había conseguido lo que me proponía sino que había vuelto a las ciencias y que en lugar de ascender me había degradado?
No sé por qué motivo me decidí a llamarlo y lo vi al siguiente día. No tuve necesidad de explicarle muchas cosas. Fuimos a la playa, que no estaba a más de una hora de ahí, y caminamos por la orilla del mar ya bien entrada la noche. La conversación o tal vez el momento fue memorable, había oscuridad, brisa, un rugido de olas, edificios. M apareciera transfigurado o al menos rebelaba una sabiduría profunda con la que nunca había entrado en contacto. Todavía pienso en ese encuentro tan fortuito que tuvimos después de cinco años y a veces imagino que quizás no haya sido una coincidencia sino que fue el resultado de un preacuerdo del espíritu.
Desde entonces M guarda el acceso al purgatorio, él es el gatekeeper, y por purgatorio entiendo este trabajo horrible educando adolescentes malcriados que [ahora] desempeño. Dicen que los amigos que frecuentamos en diversas épocas son un reflejo de las circunstancias que envuelven a nuestra vida en esa etapa específica. Ese parece ser el caso y tal vez esa sea la razón por la cual M aparece siempre a las puertas del purgatorio. M está siempre presente en cada una de las ocasiones en las que he viajado de regreso a esta ciudad. La ciudad, llena de autopistas y bifurcaciones que son de alguna manera, como ya lo he dicho en algún otro lado, la perfecta alegoría de mi vida o de la vida de cualquiera.
Después de cada visita a mí ciudad y una vez llegado el momento de regresar, hago una pausa en su casa o vamos a comer a algún restaurante. M no es un hombre tacaño, ni tampoco frugal, generalmente me invita a comer y yo trato de invitarlo también para compensar el favor. Luego de una larga conversación me lleva ya sea al aeropuerto o a la central de autobuses. Él es siempre ese punto de retorno desde el cual mi espíritu se redirige a este espacio de sufrimiento para el alma, al menos la mía, si es que tengo uno. Quizás no.
Sin embargo, a pesar de este patrón repetitivo, no fue sino hasta hace poco que noté la extraña relación que había entre M y mis viajes de retorno a Dallas. A estas alturas, él, mejor que nadie, sabe que desempeño este horrible trabajo por un mero propósito pragmático e utilitario. Mi ser (si es que existe el ser) no resuena (al menos no la mayor parte del tiempo) con las actividades que desempeño. Por el contrario, muchas veces siento que van en detrimento de mis fuerzas vitales y creativas.
¿Cuáles son pues esas similaridades que le dan a M el carácter de portero del purgatorio más allá del hecho de que él mismo parece ser un paraje de reposo antes de internarme en ese mar lleno de tempestades? Una de ellas es el paralelismo de nuestras vidas aun cuando las circunstancias específicas sean distintas. M me ha dicho muchas veces que se siente atrapado en su trabajo, según entiendo, él siempre soñó con hacer física pura sin la necesidad de todo al aparato burocrático que debe llevar a cuestas para mantener su posición. Me ha dicho que nunca renunció al ambiente académico y a la investigación porque en aquel entonces quería asegurarse de obtener primero (digámoslo sin tapujos) la famosa
En la búsqueda de esa estabilidad ingreso repetidamente a ese purgatorio a falta de valor por cambiarlo por otro o por ciertas obligaciones morales de las que prefiero no hablar. Pero sé que él, M, el gatekeeper, sabe muy bien lo que hay detrás de esa puerta porque él ya ha estado ahí.
Me fascinó al punto del llanto
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