domingo, 22 de febrero de 2015

Muerte e indiferencia


Muchas veces, entre la vigilia y la consciencia, aflora una idea recurrente en mi consciencia: Qué significa morir. Es una pregunta extraña. Sé que la muerte representa el cese de las funciones biológicas. Quien se muere ya no responde, no se queja no se mueve y por lo tanto no desea ni anhela. Somos ya para toda la eternidad una materia inanimada. Si la máquina no está funcionando se apaga la llama de la consciencia. Nos hemos llevado con nosotros todas nuestras ternuras. Las que dimos y las que no a falta de no tener quien las recibiera. Con el resplandor de la personalidad también se extinguen el residuo de nuestros deseos: los fracasos y las decepciones tan vinculados a ellos. No afirmo, sugiero. Es lo que nos dicen nuestros sentidos inmediatos y el sentido común al ver al cuerpo inerte e indiferente a los estímulos. Pero el sentido común muchas veces engaña.

Pero no nos vamos del todo. Al menos no de inmediato. Por algún tiempo, siempre indefinido, seguimos apareciendo. Vivimos en los sueños de alguien, aunque reducidos, es cierto, a un mero símbolo, a una simple alegoría de los movimientos mentales de ese que nos sueña. Si un día fuimos oficiales controlando el tráfico de una enorme avenida haciendo gala de gracias marciales y dispensado inclusive sonrisas a los automobilistas, ahora somos la rigidez de un letrero vial qe tal vez diga ALTO, DISMINUYA LA VELOCIDAD u HOMBRES TRABAJANDO.

Vivimos una vida frágil en los recuerdos, como seres bondadosos o perversos. Todos tienen caras y perspectivas distintas del poliedro de caretas que un día fuimos. Hicimos crecer flores pero también levantamos polvo con nuestros pasos, a veces sin querer. Pero desde el vacío que nos reclama seguimos migrando, y nos desplazamos. Somos fantasmas asomándonos como por ventanas al mundo a través del aliento de las conversaciones de esos que todavía nos nombran. Pero ya pronto nos extinguimos. Nadie se queda en la memoria mucho tiempo.

También pienso en la muerte esos otros días extraños. Cuando alguien se desliza fuera de las aurículas del corazón. Será porque esos adioses acrecientan la distancia y la vuelven enorme, infinita, insalvable... Son adioses amargos que se extienden a lo largo de los días. Son monólogos ante el silencio. Son fantasmas que ya nunca escucharán todo lo que no hubo tiempo de decirles:

 —¿Sabes que cuando yo tenía tres años y mi hermano ocho nos mudamos a una colonia de solares baldíos y calles de terracería donde soplaba un viento preñado de silencio? No había casas alrededor. Desde un montículo enorme de tierra vislumbramos a dos niños que venían a nuestro encuentro. Intercambiamos miradas, luego un saludo, después unas sonrisas. Fue como si nos anduviésemos buscando desde muy lejos. Fueron nuestros primeros amigos y de mi hermano, los de toda la vida.


Nos inventamos diálogos para llenar el vacío y nos convencemos de que el fantasma nos responde y lo que es más, que todavía muestra interés en escucharnos. Le reservamos incluso un espacio desde donde escucha lo que ya no articulamos. Pero en donde ha habido muerte, o distancia, muerte al fin, tarde o temprano llega la resignación, luego el olvido, finalmente la indiferencia.

Toda separación, toda distancia imposible de sortear es una muerte y un corte profundo. Por eso me gusta asomarme a la esencia inaccesible de esos seres desde el borde todavía fresco de mis sentimientos antes de que la erosión del tiempo los resquebraje. Entonces me proyecto hasta un futuro incierto en el que verdaderamente se extingue su llama y me despido de ellos. Mi despedida es efusiva y preñada de ternuras. Sólo así puedo decirles realmente adiós, antes de que se me mueran, antes de que se me deshagan como espejismos en la arena, antes de que sean para mí poco menos que la hoja seca que cae para siempre lenta y acompasadamente, ciega y sin voluntad, incapaz de comprender hacia dónde va.




martes, 17 de febrero de 2015

Simetrías y reflejos




La conocí, en persona debo aclarar, el verano pasado. Durante algunos años habíamos mantenido comunicación a través del Internet, pero a pesar de vivir en la misma ciudad nunca nos dimos el tiempo de conocernos. Recuerdo que fue un amigo mío, un rocker, y ya por entonces todo un drogadicto inadaptado, el que me la presentó o más bien me dio su contacto. Por alguna razón me gané su confianza de inmediato y me habló de su pasado y su familia. Me hablo, en fin, de cuestiones muy íntimas que no se le confían a cualquiera. Nuestra comunicación se acercaba y se alejaba. Nunca estuvimos lo suficientemente conectados como para creer que nuestro encuentro era inevitable o indispensable. Después yo me fui a vivir muy lejos. Ya una vez una bruja me había dicho que mi destino no era permanecer en esa ciudad que poco a poco se fue llenando de violencia.

De todas maneras yo regresaba periódicamente de vacaciones. Aun así, nuestros caminos no coincidían. Ella se mudó a otra ciudad, a unas pocas horas de ahí. Sólo regresaba a visitar a su padre y a una hija suya que tuvo siendo muy joven y que su tía criaba desde hacía muchos años. 


Todo cambió ese verano. Finalmente coincidimos y nos encontramos; en persona quiero decir. Ella iría a mi casa donde comeríamos algo que yo prepararía. De paso nos tomaríamos algunas cervezas y hablaríamos mucho porque temas de conversación no nos faltarían. 


Nos encontramos en una tienda de autoservicio. Me abrazó, como si me conociera de mucho tiempo atrás, y en verdad sí me conocía, pero no de esa manera; quiero decir, en persona. Mi trato fue más bien distante, no invertí muchas emociones. Dijo que yo era muy delgado, y en verdad lo era. Lo soy, y ese verano lo era aun más por una dieta vegana mal implementada a la que me sometí por tres meses. Ese día hablamos, la verdad no recuerdo de qué. Su conversación no era la más fascinante pero no hubo silencios incómodos, ninguno. Me pareció algo reservada considerando que generalmente "hablaba" demasiado, quizás más de la cuenta. Quiero decir que en el Internet tenía un estilo propio. Comenzaba escribir y no se detenía a leer nada de lo que yo escribía. Así seguía hasta que no hubiese terminado de expresar lo que estaba pensando. Es bien sabido que en los diálogos por Internet se pueden crear conversaciones paralelas. Con ella eso no sucedía.
Recuerdo que en ese momento yo no ocultaba ninguna segunda intención a pesar de que años atrás, había con malicia sexualizado nuestras conversaciones. Por ese entonces todas mis energías estaban puestas en otra mujer, J, a quien también conocía desde hacía varios años sólo a través de Internet. En el pasado habíamos intentado encontrarnos periódicamente con intervalos de un año, siempre durante los veranos. Por alguna razón misteriosa algo se nos atravesaba continuamente: mi inseguridad, un viaje a Europa, un novio o enamorado del que no me hablaba pero que cambiaba todo entre nosotros. Yo creí que ese verano las cosas serían diferentes.
Recuerdo que el teléfono sonó y ella, P, contestó. Hubo algo de tensión en la llamada telefónica cuando dijo "estoy en la casa de mi amigo". Cuando la llamada terminó le pregunté quién era. Era su marido. Sí, ella era una mujer casada y yo lo sabía. Se había mudado a otra ciudad por esa misma razón. No era la única amiga casada que yo tenía y con la que a veces salía a tomar algo. Generalmente eran mujeres de carácter fuerte y con ideas liberales que no creían que el matrimonio debía restringirles las amistades íntimas con personas del sexo opuesto. Yo ya la había supuesto bastante libre de prejuicios. Me visitaba sola considerando que yo era un hombre soltero y en base a las fotos que algún día le envié había dicho que yo le parecía atractivo.

Era soltero, sí. Entre mis familiares yo siempre he sido conocido el solterón eterno. Sabía que a mis espaldas me juzgaban encarnizadamente: "míralo, está solo". Lo que no sabían era la cantidad de dramas, infelicidad y codependencia servil que me había ahorrado. Si lo supieran quizás hubieran reconsiderado su situación o quizás en el fondo ya lo reconsideraban. Uno no habla de las cosas sólo porque sí.


Cuando la llamada terminó le dije: "invítalo aquí cuando quieras". Recuerdo que me miró con suspicacia y agregó: "No creo que el sentiría por ti el mismo aprecio que siento yo". Y no se habló más del asunto. La reunión llegó a su fin y yo partí hacia la capital a una conferencia y con la intención de conocer finalmente a aquella otra mujer, a J, a la que muy en el fondo y de manera tal vez un tanto enfermiza --si se consideran las recetas canónicas del amor-- siempre adoré. Sentía que era el momento, después de todo ella había modelado mi vida y yo la suya (al menos si había de creer en mis emociones y en lo que ella misma decía de las suyas).
A pesar de esos sentimientos y de nuestra conexión especial, ese verano partí sin muchas ilusiones. El vínculo entre J y yo se había enfriado. Creo que nuestros sentimientos habían llegado a la cúspide dos años atrás y no supimos aprovechar la oportunidad. Nunca imaginé que nuevamente se interpondría entre los dos un hombre. Comencé a notar el mismo distanciamiento del año pasado. En aquel entonces ella me había ocultado que veía a alguien con miras a tener una relación. Una relación estable, de esas que yo nunca he podido tener jamás en mi vida. Esa relación nos separó en ese momento y al final resultó ser una fuente de profundo dolor para ella. Ese dolor fue una de las razones por las que habíamos vuelto a hablar. Lo que nos separó nos había vuelto a unir. Quizás porque J sólo recurría a mí cuando era más vulnerable. De alguna manera se sentía protegida conmigo. Yo había sido una constante en su vida a pesar de que jamás me había visto y de todos los berrinches de los que siempre me acusó. Éstos no eran sino rabietas al verme desplazado por un hombre cualquiera. Alguien que no tendría mucha trascendencia en su vida, ni dejaría una huella muy profunda.

Ese verano nuevamente sospeché que había alguien más. Yo notaba su distanciamiento, pero me negaba a reconocerlo y mi cobardía me impidió cuestionárselo. Cuando la conferencia terminó y yo pasaba los últimos días en la capital, recibí un mensaje suyo donde me cuestionaba sobre los preparativos para el encuentro. Me preguntaba qué día llegaba a su ciudad y a qué hora, y si había hecho las reservaciones del hotel. Le dije que eso se arreglaba en un instante y que en realidad era lo de menos. Lo que yo quería saber era si realmente estaba conectada conmigo ahora que el encuentro era inminente. Recuerdo que respondió, presintiendo en qué dirección iba mi pregunta: "Ya tengo novio, jajajaja. Pero ya hablé con él y se va de gira el sábado así que tenemos el fin de semana libre". Era nuevamente la misma historia, cualquier encuentro romántico entre los dos quedaba cercenado porque todo era incluso con el permiso del susodicho. Me sentí un imbécil y cancelé por cuarta vez nuestro encuentro. Nuevamente J quedaba atrás.


Cuando vi a P por segunda vez ese verano algo se había desplazado dentro de mi alma. Era como si un sentimiento profundamente arraigado hubiera sido desprendido con violencia. Había dolor y frustración y no niego que regresé a mi ciudad con sentimientos mezquinos. Incluso jugué con la idea de tener una aventura con P a pesar de saber que era casada. Armé inclusive una pequeña alberca que había construido el verano anterior con la intención fallida de rehabilitar a C, mi mascota más adorada. Recuerdo que le propuse que trajera un traje de baño. Ella había dicho que la alberca sería una gran ayuda para la onda de calor que en ese entonces envolvía a la ciudad. Yo me sentí con más impulsos, sobre todo porque ese matrimonio prematuro en el que se había envuelto por razones equivocadas se tambaleaba.
  

Recuerdo que todo fue muy distinto en ese segundo encuentro. No sé qué pasó, pero desde el inicio sentí una profunda atracción por ella. Creí que era algo puramente sexual. Yo no tenía la intención de que fuera algo más. Deseaba una de esas relaciones placenteras y esporádicas en las que uno no invierte muchas emociones y por lo tanto no hacen demasiado daño. Ese día llegó a la casa, vio la alberca y lo primero que dijo fue: "no he traído el traje de baño". Abandoné por un momento esas ideas hedonistas en las que había estado divagando. Me molesté ligeramente porque pensé que todo mi trabajo la noche anterior, armando la alberca y llenándola de agua, había sido en vano.
Preparé un aperitivo de humus con garbanzos, ajos, ajonjolí, aceite de oliva y un pimiento rojo. Lo comimos con aceitunas y ciruelas y ambos quedamos sorprendidos de la exquisita combinación de dulce y salado que el plato ofrecía al paladar. De música de fondo yo había puesto con alevosía y ventaja baladas de John Coltrane. Ella admiró el hecho de que siendo tan buen cocinero y otra serie de calificativos halagadores, no tuviera novia ni estuviera casado: "¿Cómo es posible?". Ese comentario no hubiera tenido ninguna importancia si no fuera por el hecho de que me lo había dicho una mujer, años atrás, con la que había tenido un encuentro sexual muy intenso y que tenía un interés romántico por mi persona. El comentario quizás inocente, quizás no, me llegó profundo. Ahora comprendo que tal vez en el fondo fue sólo un descuido de mi parte, un error en la percepción.


P lucía hermosa y yo descuidé las defensas. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo atractiva que era. Al menos nunca la reconocí como tal en las fotos que vi de ella en el Internet a lo largo de los años. Quizás porque el amor y la atracción son una algo psicológico de seres en movimiento. Se ganó un lugar en mi alma por otras razones. No despreció a mis perros, que son para mí lo mismo que los hijos que no tendré. Al contrario, no tuvo objeción de que estuvieran dentro de la casa con nosotros mientras comíamos el aperitivo. Antes de eso había jugado con ellos y los acarició y se dejó acariciar por ellos. Y tenía bien presentes los recuerdos que me decían que ella también tenía dos mascotas criolla como las mías a las que había rescatado cuando se encontraban en el total desamparado. Amigas y amantes, debo de reconocer, nunca mostraron consideración por mis mascotas, ni por los animales. A mis ojos eso les restaba mucha credibilidad y cercanía. No las sentía como parte de mi monada espiritual, si es que existen esas comunidades espirituales de almas que se encarnan para aprender lecciones similares.
 

Ese día una fuerza extraña ya estaba operando dentro de mí sin que yo me percatara. Ahí estaba ella, hermosa y tierna. Conocía el lugar en donde vivía, estaba en mi espacio y no lo despreciaba, al contrario, era una persona muy sencilla. Fuimos a mi cuarto a fumar hookah pues ese era uno de los motivos por el cual nos habíamos reunido. La hookah mostró un ligero problema, parecía que estaba obstruida. Pensé que el momento se iba al carajo pero no hubo mayor contratiempo porque ella sin perder la paciencia me ayudó a solucionarlo.


Yo me fui acercando poco a poco, deslizándome casi como si fuera una serpiente. De pronto ya la estaba abrazando y posaba mis brazos sobre sus brazos, su cintura o sus hombros. Ella me preguntaba algo recelosa de dónde venía esa necesidad de contacto físico. Yo no decía nada y me seguí acercando. En algún momento se acostumbró a mi presencia y ya no dijo nada. Llevaba en la espalda el modelo de un tatuaje que le habían inscrito el día anterior. Le dolía un poco y ella misma se aplicaba con algo de dificultad una crema para la irratación. Yo le pedí que se quitara la blusa, cosa que aceptó, para aplicarle el gel. Quedó al descubierto una espalda frágil en al que se dibujaban los contornos de unas caderas sensuales. Me apliqué por largo tiempo y con meticulosidad a dispensar el agente paliativo sobre el mandala que se dibuja sobre su espalda. Hasta que ella, después de un largo rato dijo en un ligero tono de aspereza:


—Ya estuvo, ¿no?


Y se puso nuevamente la blusa. Después de un rato, cuando terminamos de fumar, me dijo con un tono risueño si iríamos a bañarnos a la alberca.
—Lo haríamos, pero no has traído traje de baño.
—Préstame lo que tengas—, agregó.
Y se vistió unos shorts muy viejos y rojos, una camiseta negra que no translucía su piel. Cuando los tuvo puestos se recogió el cabello, por primera vez reconocí en su rostro unos ligeros rasgos orientales.
—Pareces un niño japonés—. Ella no escuchó o simplemente ignoró mi comentario acostumbrada ya, tal vez, a que otros le recordaran esos rasgos suyos tan tiernos y exóticos.
Nos internamos en la alberca y como era un cubo de madera improvisado, le ayudé a entrar. Yo había tenido cuidado de rellenar con muy poca agua la alberca, de tal manera que no llegara a la altura del mandala mientras estuviéramos sentados en ella. Pero la camiseta comenzaba a absorber agua y ésta última subía hasta la parte superior su espalda.
—¿Por qué no te quitas la camiseta? Así no te mojarás el tatuaje.
 Sus manos se entrecruzaron a la altura de la cintura, tiró ligeramente de la camisa, pero antes de avanzar con ella se arrepintió y dijo que no lo haría, "por respeto". Por respeto a quíen, pensé.

En ese instante me conformé con acariciar sus pantorrillas hasta la altura de las rodillas. Mientras la acariciaba sensualmente ella me miraba de una forma tal que ya algo había tomado posesión de mí. Me percaté de ello cuando ella se retiraba de mi casa quizás una hora después. Yo no sabía de dónde venían esos sentimientos ni hacía dónde me llevarían. Había caído presa de mi propio juego. En ese momento sólo quería que ella se quedara para siempre. Pero debía partir.
—Vendré después. Y quizás nos toque ver juntos el amanecer—, me decía mientras me acariciaba la mano que no quería ya desprenderse de la suya.

domingo, 8 de febrero de 2015

Hellraiser y el arte del autoengaño


Una vez una muchachita hizo alusión a mi conducta de manera indirecta (no diré por qué medio) llamándome delusional. Era anglosajona y al parecer bastante pragmática en esas cuestiones en las que yo resultaba ser todavía un niño. Veo al chico de aquellos días lejanos dándose a la tarea de creer que entre nosotros (entre aquella y niña y yo) había una conexión especial que trascendía el espacio y el tiempo o que al menos nos habíamos encontrado por alguna razón.

Yo me encontraba inclinado sobre un barril de cerveza y todavía ni le miraba el rostro cuando sólo por ser amable le pregunté: "señorita, concédame el privilegio de servirle este vaso de cerveza". La cerveza salió nítida y clara, sin mucha espuma. Recuerdo le pedí que inclinara aquel vaso de plástico rojo y desechable, cosa que hizo. Al final la miré al rostro, ella me sonrió: era muy hermosa. Le extendí mi mano en un espontáneo gesto amigable. Ella me correspondió: era una mano que resultó ser extremadamente suave y tersa.

Su nombre era Lauren. Había algo en su mirada y en el tono de su voz. La agregué a mis contactos, como a tantas otras. Le dije que yo era aquel que había tenido el placer de servirle ese vaso de cerveza. Ella dijo que había sido un placer. Pero de pronto, algo pasó conmigo y como tantas veces aluciné, perdí la claridad... y los pies se me despegaron del suelo. Era vegana, y tenía otras muchas cualidades muy valiosas para mí. Me atreví, en un mensaje, a decirle no sé qué tantas cosas sobre la madurez de su alma. Burradas que yo mismo me inventé o que quisé ver. Después de eso un largo silencio de su parte. Después respuestas monosilábicas que llegaban al cabo de una era geológica. Comprendí la naturaleza de mi error, pero era demasiado tarde.

Es triste y patética la manera en la que uno se engaña. Uno puede hacerse especialista en ver el amor donde no existe y relaciones geométricas hasta en los garabatos que algún niño dejó grabados sobre la pared. Debo confesar que yo no soy una persona que desconfíe de la intuición. Al contrario, creo que es una de mis características más desarrolladas, pero cuando se trata de niñas hermosas soy un completo idiota.

Después de esa experiencia pensé en las tantas veces en las que muy ciegamente alimentamos ilusiones vacías. Espejismos que no tienen ninguna referencialidad en el mundo real. Fantasmagorías que actúan para nuestro propio detrimento y nos colocan en un estado de postración existencial. Qué indigno es andar así por la vida con las ilusiones al desnudo. Finalmente el engaño queda al descubierto y es casi tan ridículo como cuando uno se percata de que ha propagando inocentemente una mentira por no haberse detenido a analizar la verdad de los hechos y uno queda como perfecto idiota.

¿Y qué tiene que ver Hellraiser con lo absurdo de mi conducta? Esta película, que ni siquiera se encuentra entre mis favoritas, es la historia de un degenerado que abrió un portal hacia otro universo buscando experiencias sexuales cada vez más intensas. Ahí se encuentra con los cenobitas que despedazan su cuerpo y le enseñan que la línea divisoria entre el placer y el dolor es muy delgada. Para regresar a este plano el sujeto debe alimentarse de sangre humana. La historia es algo absurda y por el momento no es de mi interés divagar sobre la problemática del binomio dolor/placer. Sólo agregaré que, para regenerar por completo su cuerpo, este perverso le pide a la que alguna vez fue su amante (y que ahora resulta ser la esposa de su hermano) le consiga cuerpos. Sólo eso, cuerpos, de quien sean. Ella por supuesto, que lo ama obsesivamente, se da a la tarea y va a los bares a buscar hombres incautos. Aquí abandono por completo la historia central de los protagonistas para concentrarme en un personaje tangencial. En este caso me refiero a uno de estos pobres ingenuos. 


La víctima y su futura asesina se encuentran en un bar. El pobre infeliz cree que ella es una conquista fácil o, peor aun, que existe algo profundo entre los dos. Ella lo conduce a su casa, pues es ahí en donde mejor puede cumplir a sus propósitos. Este inocente engañado llega a decir algo que para el espectador resulta bastante cómico y que de hecho lo es: "Siento que te conozco de toda la vida". ¡Y sorpresa!


El pobrecito engañado, delusional como él solo, no sabe que está ahí, no para cumplir con sus pueriles fantasías de reencuentros romanticos, sino para que la mujer con la que creía tener esa conexión especial lo asesine y de paso alimentar a un monstruo que acaba de ascender del mismo averno. Sí, a ese ser perverso.


Debo admitir que ese monstruo no existe sino dentro de cada uno de nosotros. Por nosotros, me refiero, por supuesto, a todos aquellos que como yo han tenido la desgracia de haber sido o continuar siendo ese tipo de sujetos auto-engañados. Delusionals, tal como me llamó en su momento aquella muchacha hermosa que nunca llegué a conocer realmente.  Yo ya le adjudicaba unas cualidades y una personalidad que sólo servían a los propósitos de este monstruo. Es algo muy oscuro y siniestro que actúa en nuestra contra pero es tan real que se alimenta de nuestras desilusiones, fracasos y de la frustración que nos genera el habernos equivocado. 

Nada de aquello con lo que yo soñaba era existía pero me afianzaba en una actitud delirante que a final de cuentas e volvía contra mí mismo. En fin. Uno nunca aprende.

miércoles, 4 de febrero de 2015

En el principio era la palabra...

Con cuánta ilusión vengo aquí a escribir un blog. Un blog en estos días en los que ya nadie se acuerda ni de leer. Estamos en proceso de extinción pero adheridos firmemente a la causa de las palabras. Escribo, sí, y lo hago sólo porque ellas encierran secretos y algunas veces transmiten lo sublime. Existen también por sus propias razones: tienen texturas, colores y sonidos e intrincadas relaciones que las vuelven objetos entrañables aun cuando no nos digan nada. O tal vez estoy aquí para ser famoso. ¡Ja! No olvidemos que la fama, según se ha dicho, consiste en tener al menos a un(a) admirador(a) anónimo(a). Qué va a ser. Bueno tal vez sí o no. O ya no sé. En realidad no importa. Con cada línea que escribimos vamos dejando un trozo de nuestro ser. Ese fragmento lanzado a la interrogación de la vida ya no nos pertenece. Otros lo utilizarán para propósitos desconocidos según la medida de sus prejuicios y anhelos.

Lo único seguro será que, independientemente de lo soporífero de mis escritos y de mis meditaciones, muchos más seres pasarán por esta red de pensamientos que por las líneas de alguno de esos artículos académicos que malamente (y quizás coercitivamente) he escrito. Seré más famoso aquí entre sujetos invisibles y anónimos. El rockstar que pude haber sido y no fui.

Escribiré sobre todo. Lo visto, lo vivido, lo recordado y lo olvidado, lo real y lo imaginario: trivialidades y epifanías. Espero poder incluir algo de humor porque a decir verdad soy un tipo serio, pero la vida, como bien me han dicho alguna vez, no es, sino, una grotesca broma...

Espero que algún viajero se encuentre por lo menos con algún sueño perdido o se reconozca tal vez en este espejo. Porque a decir verdad, vivo o muerto, real o imaginario, no soy muy distinto ni me encuentro tan lejos de ti.