
Una vez una muchachita hizo alusión a mi conducta de manera indirecta (no diré por qué medio) llamándome delusional. Era anglosajona y al parecer bastante pragmática en esas cuestiones en las que yo resultaba ser todavía un niño. Veo al chico de aquellos días lejanos dándose a la tarea de creer que entre nosotros (entre aquella y niña y yo) había una conexión especial que trascendía el espacio y el tiempo o que al menos nos habíamos encontrado por alguna razón.
Yo me encontraba inclinado sobre un barril de cerveza y todavía ni le miraba el rostro cuando sólo por ser amable le pregunté: "señorita, concédame el privilegio de servirle este vaso de cerveza". La cerveza salió nítida y clara, sin mucha espuma. Recuerdo le pedí que inclinara aquel vaso de plástico rojo y desechable, cosa que hizo. Al final la miré al rostro, ella me sonrió: era muy hermosa. Le extendí mi mano en un espontáneo gesto amigable. Ella me correspondió: era una mano que resultó ser extremadamente suave y tersa.
Su nombre era Lauren. Había algo en su mirada y en el tono de su voz. La agregué a mis contactos, como a tantas otras. Le dije que yo era aquel que había tenido el placer de servirle ese vaso de cerveza. Ella dijo que había sido un placer. Pero de pronto, algo pasó conmigo y como tantas veces aluciné, perdí la claridad... y los pies se me despegaron del suelo. Era vegana, y tenía otras muchas cualidades muy valiosas para mí. Me atreví, en un mensaje, a decirle no sé qué tantas cosas sobre la madurez de su alma. Burradas que yo mismo me inventé o que quisé ver. Después de eso un largo silencio de su parte. Después respuestas monosilábicas que llegaban al cabo de una era geológica. Comprendí la naturaleza de mi error, pero era demasiado tarde.
Es triste y patética la manera en la que uno se engaña. Uno puede hacerse especialista en ver el amor donde no existe y relaciones geométricas hasta en los garabatos que algún niño dejó grabados sobre la pared. Debo confesar que yo no soy una persona que desconfíe de la intuición. Al contrario, creo que es una de mis características más desarrolladas, pero cuando se trata de niñas hermosas soy un completo idiota.
Después de esa experiencia pensé en las tantas veces en las que muy ciegamente alimentamos ilusiones vacías. Espejismos que no tienen ninguna referencialidad en el mundo real. Fantasmagorías que actúan para nuestro propio detrimento y nos colocan en un estado de postración existencial. Qué indigno es andar así por la vida con las ilusiones al desnudo. Finalmente el engaño queda al descubierto y es casi tan ridículo como cuando uno se percata de que ha propagando inocentemente una mentira por no haberse detenido a analizar la verdad de los hechos y uno queda como perfecto idiota.
Después de esa experiencia pensé en las tantas veces en las que muy ciegamente alimentamos ilusiones vacías. Espejismos que no tienen ninguna referencialidad en el mundo real. Fantasmagorías que actúan para nuestro propio detrimento y nos colocan en un estado de postración existencial. Qué indigno es andar así por la vida con las ilusiones al desnudo. Finalmente el engaño queda al descubierto y es casi tan ridículo como cuando uno se percata de que ha propagando inocentemente una mentira por no haberse detenido a analizar la verdad de los hechos y uno queda como perfecto idiota.
¿Y qué tiene que ver Hellraiser con lo absurdo de mi conducta? Esta película, que ni siquiera se encuentra entre mis favoritas, es la historia de un degenerado que abrió un portal hacia otro universo buscando experiencias sexuales cada vez más intensas. Ahí se encuentra con los cenobitas que despedazan su cuerpo y le enseñan que la línea divisoria entre el placer y el dolor es muy delgada. Para regresar a este plano el sujeto debe alimentarse de sangre humana. La historia es algo absurda y por el momento no es de mi interés divagar sobre la problemática del binomio dolor/placer. Sólo agregaré que, para regenerar por completo su cuerpo, este perverso le pide a la que alguna vez fue su amante (y que ahora resulta ser la esposa de su hermano) le consiga cuerpos. Sólo eso, cuerpos, de quien sean. Ella por supuesto, que lo ama obsesivamente, se da a la tarea y va a los bares a buscar hombres incautos. Aquí abandono por completo la historia central de los protagonistas para concentrarme en un personaje tangencial. En este caso me refiero a uno de estos pobres ingenuos.
La víctima y su futura asesina se encuentran en un bar. El pobre infeliz cree que ella es una conquista fácil o, peor aun, que existe algo profundo entre los dos. Ella lo conduce a su casa, pues es ahí en donde mejor puede cumplir a sus propósitos. Este inocente engañado llega a decir algo que para el espectador resulta bastante cómico y que de hecho lo es: "Siento que te conozco de toda la vida". ¡Y sorpresa!
El pobrecito engañado, delusional como él solo, no sabe que está ahí, no para cumplir con sus pueriles fantasías de reencuentros romanticos, sino para que la mujer con la que creía tener esa conexión especial lo asesine y de paso alimentar a un monstruo que acaba de ascender del mismo averno. Sí, a ese ser perverso.
Debo admitir que ese monstruo no existe sino dentro de cada uno de nosotros. Por nosotros, me refiero, por supuesto, a todos aquellos que como yo han tenido la desgracia de haber sido o continuar siendo ese tipo de sujetos auto-engañados. Delusionals, tal como me llamó en su momento aquella muchacha hermosa que nunca llegué a conocer realmente. Yo ya le adjudicaba unas cualidades y una personalidad que sólo servían a los propósitos de este monstruo. Es algo muy oscuro y siniestro que actúa en nuestra contra pero es tan real que se alimenta de nuestras desilusiones, fracasos y de la frustración que nos genera el habernos equivocado.
Nada de aquello con lo que yo soñaba era existía pero me afianzaba en una actitud delirante que a final de cuentas e volvía contra mí mismo. En fin. Uno nunca aprende.
No hay comentarios:
Publicar un comentario