martes, 17 de febrero de 2015
Simetrías y reflejos
La conocí, en persona debo aclarar, el verano pasado. Durante algunos años habíamos mantenido comunicación a través del Internet, pero a pesar de vivir en la misma ciudad nunca nos dimos el tiempo de conocernos. Recuerdo que fue un amigo mío, un rocker, y ya por entonces todo un drogadicto inadaptado, el que me la presentó o más bien me dio su contacto. Por alguna razón me gané su confianza de inmediato y me habló de su pasado y su familia. Me hablo, en fin, de cuestiones muy íntimas que no se le confían a cualquiera. Nuestra comunicación se acercaba y se alejaba. Nunca estuvimos lo suficientemente conectados como para creer que nuestro encuentro era inevitable o indispensable. Después yo me fui a vivir muy lejos. Ya una vez una bruja me había dicho que mi destino no era permanecer en esa ciudad que poco a poco se fue llenando de violencia.
De todas maneras yo regresaba periódicamente de vacaciones. Aun así, nuestros caminos no coincidían. Ella se mudó a otra ciudad, a unas pocas horas de ahí. Sólo regresaba a visitar a su padre y a una hija suya que tuvo siendo muy joven y que su tía criaba desde hacía muchos años.
Todo cambió ese verano. Finalmente coincidimos y nos encontramos; en persona quiero decir. Ella iría a mi casa donde comeríamos algo que yo prepararía. De paso nos tomaríamos algunas cervezas y hablaríamos mucho porque temas de conversación no nos faltarían.
Nos encontramos en una tienda de autoservicio. Me abrazó, como si me conociera de mucho tiempo atrás, y en verdad sí me conocía, pero no de esa manera; quiero decir, en persona. Mi trato fue más bien distante, no invertí muchas emociones. Dijo que yo era muy delgado, y en verdad lo era. Lo soy, y ese verano lo era aun más por una dieta vegana mal implementada a la que me sometí por tres meses. Ese día hablamos, la verdad no recuerdo de qué. Su conversación no era la más fascinante pero no hubo silencios incómodos, ninguno. Me pareció algo reservada considerando que generalmente "hablaba" demasiado, quizás más de la cuenta. Quiero decir que en el Internet tenía un estilo propio. Comenzaba escribir y no se detenía a leer nada de lo que yo escribía. Así seguía hasta que no hubiese terminado de expresar lo que estaba pensando. Es bien sabido que en los diálogos por Internet se pueden crear conversaciones paralelas. Con ella eso no sucedía.
Recuerdo que en ese momento yo no ocultaba ninguna segunda intención a pesar de que años atrás, había con malicia sexualizado nuestras conversaciones. Por ese entonces todas mis energías estaban puestas en otra mujer, J, a quien también conocía desde hacía varios años sólo a través de Internet. En el pasado habíamos intentado encontrarnos periódicamente con intervalos de un año, siempre durante los veranos. Por alguna razón misteriosa algo se nos atravesaba continuamente: mi inseguridad, un viaje a Europa, un novio o enamorado del que no me hablaba pero que cambiaba todo entre nosotros. Yo creí que ese verano las cosas serían diferentes.
Recuerdo que el teléfono sonó y ella, P, contestó. Hubo algo de tensión en la llamada telefónica cuando dijo "estoy en la casa de mi amigo". Cuando la llamada terminó le pregunté quién era. Era su marido. Sí, ella era una mujer casada y yo lo sabía. Se había mudado a otra ciudad por esa misma razón. No era la única amiga casada que yo tenía y con la que a veces salía a tomar algo. Generalmente eran mujeres de carácter fuerte y con ideas liberales que no creían que el matrimonio debía restringirles las amistades íntimas con personas del sexo opuesto. Yo ya la había supuesto bastante libre de prejuicios. Me visitaba sola considerando que yo era un hombre soltero y en base a las fotos que algún día le envié había dicho que yo le parecía atractivo.
Era soltero, sí. Entre mis familiares yo siempre he sido conocido el solterón eterno. Sabía que a mis espaldas me juzgaban encarnizadamente: "míralo, está solo". Lo que no sabían era la cantidad de dramas, infelicidad y codependencia servil que me había ahorrado. Si lo supieran quizás hubieran reconsiderado su situación o quizás en el fondo ya lo reconsideraban. Uno no habla de las cosas sólo porque sí.
Cuando la llamada terminó le dije: "invítalo aquí cuando quieras". Recuerdo que me miró con suspicacia y agregó: "No creo que el sentiría por ti el mismo aprecio que siento yo". Y no se habló más del asunto. La reunión llegó a su fin y yo partí hacia la capital a una conferencia y con la intención de conocer finalmente a aquella otra mujer, a J, a la que muy en el fondo y de manera tal vez un tanto enfermiza --si se consideran las recetas canónicas del amor-- siempre adoré. Sentía que era el momento, después de todo ella había modelado mi vida y yo la suya (al menos si había de creer en mis emociones y en lo que ella misma decía de las suyas).
A pesar de esos sentimientos y de nuestra conexión especial, ese verano partí sin muchas ilusiones. El vínculo entre J y yo se había enfriado. Creo que nuestros sentimientos habían llegado a la cúspide dos años atrás y no supimos aprovechar la oportunidad. Nunca imaginé que nuevamente se interpondría entre los dos un hombre. Comencé a notar el mismo distanciamiento del año pasado. En aquel entonces ella me había ocultado que veía a alguien con miras a tener una relación. Una relación estable, de esas que yo nunca he podido tener jamás en mi vida. Esa relación nos separó en ese momento y al final resultó ser una fuente de profundo dolor para ella. Ese dolor fue una de las razones por las que habíamos vuelto a hablar. Lo que nos separó nos había vuelto a unir. Quizás porque J sólo recurría a mí cuando era más vulnerable. De alguna manera se sentía protegida conmigo. Yo había sido una constante en su vida a pesar de que jamás me había visto y de todos los berrinches de los que siempre me acusó. Éstos no eran sino rabietas al verme desplazado por un hombre cualquiera. Alguien que no tendría mucha trascendencia en su vida, ni dejaría una huella muy profunda.
Ese verano nuevamente sospeché que había alguien más. Yo notaba su distanciamiento, pero me negaba a reconocerlo y mi cobardía me impidió cuestionárselo. Cuando la conferencia terminó y yo pasaba los últimos días en la capital, recibí un mensaje suyo donde me cuestionaba sobre los preparativos para el encuentro. Me preguntaba qué día llegaba a su ciudad y a qué hora, y si había hecho las reservaciones del hotel. Le dije que eso se arreglaba en un instante y que en realidad era lo de menos. Lo que yo quería saber era si realmente estaba conectada conmigo ahora que el encuentro era inminente. Recuerdo que respondió, presintiendo en qué dirección iba mi pregunta: "Ya tengo novio, jajajaja. Pero ya hablé con él y se va de gira el sábado así que tenemos el fin de semana libre". Era nuevamente la misma historia, cualquier encuentro romántico entre los dos quedaba cercenado porque todo era incluso con el permiso del susodicho. Me sentí un imbécil y cancelé por cuarta vez nuestro encuentro. Nuevamente J quedaba atrás.
Cuando vi a P por segunda vez ese verano algo se había desplazado dentro de mi alma. Era como si un sentimiento profundamente arraigado hubiera sido desprendido con violencia. Había dolor y frustración y no niego que regresé a mi ciudad con sentimientos mezquinos. Incluso jugué con la idea de tener una aventura con P a pesar de saber que era casada. Armé inclusive una pequeña alberca que había construido el verano anterior con la intención fallida de rehabilitar a C, mi mascota más adorada. Recuerdo que le propuse que trajera un traje de baño. Ella había dicho que la alberca sería una gran ayuda para la onda de calor que en ese entonces envolvía a la ciudad. Yo me sentí con más impulsos, sobre todo porque ese matrimonio prematuro en el que se había envuelto por razones equivocadas se tambaleaba.
Recuerdo que todo fue muy distinto en ese segundo encuentro. No sé qué pasó, pero desde el inicio sentí una profunda atracción por ella. Creí que era algo puramente sexual. Yo no tenía la intención de que fuera algo más. Deseaba una de esas relaciones placenteras y esporádicas en las que uno no invierte muchas emociones y por lo tanto no hacen demasiado daño. Ese día llegó a la casa, vio la alberca y lo primero que dijo fue: "no he traído el traje de baño". Abandoné por un momento esas ideas hedonistas en las que había estado divagando. Me molesté ligeramente porque pensé que todo mi trabajo la noche anterior, armando la alberca y llenándola de agua, había sido en vano.
Preparé un aperitivo de humus con garbanzos, ajos, ajonjolí, aceite de oliva y un pimiento rojo. Lo comimos con aceitunas y ciruelas y ambos quedamos sorprendidos de la exquisita combinación de dulce y salado que el plato ofrecía al paladar. De música de fondo yo había puesto con alevosía y ventaja baladas de John Coltrane. Ella admiró el hecho de que siendo tan buen cocinero y otra serie de calificativos halagadores, no tuviera novia ni estuviera casado: "¿Cómo es posible?". Ese comentario no hubiera tenido ninguna importancia si no fuera por el hecho de que me lo había dicho una mujer, años atrás, con la que había tenido un encuentro sexual muy intenso y que tenía un interés romántico por mi persona. El comentario quizás inocente, quizás no, me llegó profundo. Ahora comprendo que tal vez en el fondo fue sólo un descuido de mi parte, un error en la percepción.
P lucía hermosa y yo descuidé las defensas. Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo atractiva que era. Al menos nunca la reconocí como tal en las fotos que vi de ella en el Internet a lo largo de los años. Quizás porque el amor y la atracción son una algo psicológico de seres en movimiento. Se ganó un lugar en mi alma por otras razones. No despreció a mis perros, que son para mí lo mismo que los hijos que no tendré. Al contrario, no tuvo objeción de que estuvieran dentro de la casa con nosotros mientras comíamos el aperitivo. Antes de eso había jugado con ellos y los acarició y se dejó acariciar por ellos. Y tenía bien presentes los recuerdos que me decían que ella también tenía dos mascotas criolla como las mías a las que había rescatado cuando se encontraban en el total desamparado. Amigas y amantes, debo de reconocer, nunca mostraron consideración por mis mascotas, ni por los animales. A mis ojos eso les restaba mucha credibilidad y cercanía. No las sentía como parte de mi monada espiritual, si es que existen esas comunidades espirituales de almas que se encarnan para aprender lecciones similares.
Ese día una fuerza extraña ya estaba operando dentro de mí sin que yo me percatara. Ahí estaba ella, hermosa y tierna. Conocía el lugar en donde vivía, estaba en mi espacio y no lo despreciaba, al contrario, era una persona muy sencilla. Fuimos a mi cuarto a fumar hookah pues ese era uno de los motivos por el cual nos habíamos reunido. La hookah mostró un ligero problema, parecía que estaba obstruida. Pensé que el momento se iba al carajo pero no hubo mayor contratiempo porque ella sin perder la paciencia me ayudó a solucionarlo.
Yo me fui acercando poco a poco, deslizándome casi como si fuera una serpiente. De pronto ya la estaba abrazando y posaba mis brazos sobre sus brazos, su cintura o sus hombros. Ella me preguntaba algo recelosa de dónde venía esa necesidad de contacto físico. Yo no decía nada y me seguí acercando. En algún momento se acostumbró a mi presencia y ya no dijo nada. Llevaba en la espalda el modelo de un tatuaje que le habían inscrito el día anterior. Le dolía un poco y ella misma se aplicaba con algo de dificultad una crema para la irratación. Yo le pedí que se quitara la blusa, cosa que aceptó, para aplicarle el gel. Quedó al descubierto una espalda frágil en al que se dibujaban los contornos de unas caderas sensuales. Me apliqué por largo tiempo y con meticulosidad a dispensar el agente paliativo sobre el mandala que se dibuja sobre su espalda. Hasta que ella, después de un largo rato dijo en un ligero tono de aspereza:
—Ya estuvo, ¿no?
Y se puso nuevamente la blusa. Después de un rato, cuando terminamos de fumar, me dijo con un tono risueño si iríamos a bañarnos a la alberca.
—Lo haríamos, pero no has traído traje de baño.
—Préstame lo que tengas—, agregó.
Y se vistió unos shorts muy viejos y rojos, una camiseta negra que no translucía su piel. Cuando los tuvo puestos se recogió el cabello, por primera vez reconocí en su rostro unos ligeros rasgos orientales.
—Pareces un niño japonés—. Ella no escuchó o simplemente ignoró mi comentario acostumbrada ya, tal vez, a que otros le recordaran esos rasgos suyos tan tiernos y exóticos.
Nos internamos en la alberca y como era un cubo de madera improvisado, le ayudé a entrar. Yo había tenido cuidado de rellenar con muy poca agua la alberca, de tal manera que no llegara a la altura del mandala mientras estuviéramos sentados en ella. Pero la camiseta comenzaba a absorber agua y ésta última subía hasta la parte superior su espalda.
—¿Por qué no te quitas la camiseta? Así no te mojarás el tatuaje.
Sus manos se entrecruzaron a la altura de la cintura, tiró ligeramente de la camisa, pero antes de avanzar con ella se arrepintió y dijo que no lo haría, "por respeto". Por respeto a quíen, pensé.
En ese instante me conformé con acariciar sus pantorrillas hasta la altura de las rodillas. Mientras la acariciaba sensualmente ella me miraba de una forma tal que ya algo había tomado posesión de mí. Me percaté de ello cuando ella se retiraba de mi casa quizás una hora después. Yo no sabía de dónde venían esos sentimientos ni hacía dónde me llevarían. Había caído presa de mi propio juego. En ese momento sólo quería que ella se quedara para siempre. Pero debía partir.
—Vendré después. Y quizás nos toque ver juntos el amanecer—, me decía mientras me acariciaba la mano que no quería ya desprenderse de la suya.
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