miércoles, 11 de marzo de 2015
Las limas, el paladar y la memoria.
Me he hecho aficionado a una fruta cítrica que proviene de la India. Es una fruta dulce como una naranja que carece por completo de acidez. Sin embargo deja en el paladar ligeros tonos amargos como los de una toronja. Algunos la considerarán un cítrico desabrido. A mí me gustan, me gustan mucho. Hablo de ellas en plural porque ahora me acerco a ellas desde el plano inmediato de las sensaciones y no desde las abstracciones taxonómicas.
Hace unas semanas me las topé por primera vez en esa tienda de supermercado aborrecible en donde hago mis compras desde hace ya casi cuatro años. Cuando partí la primera y la probé me transportó misteriosamente a mi infancia. Sí, como le ocurre al protagonista de Marcel Proust en Por el camino de Swann. Me encontré de pronto en alguna región del estado de San Luis Potosí al pie de un árbol con un sol templado inscrito en la frente y un verdor diseminándose desde lo alto de los cerros, cubriéndo toda la extensión de la tierra observable. Por aquellos años mi abuelo materno, al que conocí por primera y última vez, vivía ahí. Tenía unas parcelas en donde se sembraban cítricos por las propiedades especialmente fértiles de la tierra. Aquella era una región bellísima de bosque tropical a la que llaman la huasteca. Mientras más hundía los dientes y el paladar en la pulpa más me adentraba en los recuerdos. Fui hasta ese instante en que mi padre partió la entonces desconocida fruta que lucía como una naranja descolorida y dijo,
—Es una lima, pruébala.
Mi padre aparece en muchos recuerdos siempre mostrándome un mundo novedoso, no con los ojos sino con el paladar; esa es otra historia a la que quizás luego tendré que volver.
Durante estos días he estado comiendo limas con tanta avidez que desaparecen antes de que termine la semana. A diferencia de aquel instante ahora serán estos ahoras los que queden inscritos en su sabor dintintivo. No es una fruta común en estas regiones. Así que cuando me vaya de aquí, porque mi tiempo está llegando a su fin en esta región del mundo, no sé cuánto tiempo pasará hasta que las vuelva a encontrar. Sé, sin embargo, que todo este extraño limbo emocional en el que me encuentro, alejado de toda certeza y atrapado por la vorágine del destino, quedará en el matiz dulce y amargo que aflora del corazón y la pulpa de una lima...
deshaciéndose desde el borde de mi paladar hasta el interior de mi memoria...
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