sábado, 14 de marzo de 2015

Simetrías y reflejos II



Algo había cambiado en mí y en ella después de ese segundo encuentro, estabamos más cerca que nunca a pesar de la distancia. Nuestas conversaciones en el mensajero se prolongaban por horas. Algo se había apoderado de mí, comencé a mandarle fotografías de las comidas que preparaba y a elaborar junto con ella planes hipotéticos para un tercer encuentro. Quería volver a verla antes de que terminara el verano y tuviera que irme nuevamente lejos de la ciudad. Tiempo después al reflexionar sobre todas las ternuras y sueños que le dispensé me di cuenta de lo patético de mi conducta. La erupción en mi mente no me dejaba ver la realidad. Incluso sembré unas hierbas aromáticas para nuestro ansiado festín. Iban creciendo lentamente como una invocación inocente de la vida. Algo estaba germinando al mismo tiempo dentro de mí. 

Dijo que sí, que vendría y comencé hacer preparativos para recibirla casi eufórico. En ese momento, mirándola a los ojos, debía confesárselo todo. Frente a frente. Sólo así percibiría la reacción instintiva en sus mirada sin darle tiempo para los arrepentimientos o las segundas interpretaciones. Y aseguró que vendría. Muy pronto cambió de planes y de intenciones:

---Estoy entre la espada y la pared---, dijo, escusándose. ---Voy sólo de entrada por salidad---. Al marido lo transferían del trabajo y ella debía de regresar de inmediato a ayudarlo con la mudanza. Sólo estaría un día en la ciudad para arreglar un pasaporte de su hija ahora que el padre regresaba de sus incursiones en Irak. Me enfurecí y presentí un aura de crueldad en su actitud. Ya en dos ocasiones había dicho lo mismo, que vendría y cancelaba. Decidí desaparecer y no entablar más conversaciones con ella. Había retrasado mi partida y hecho un sin fin de preparativos con la única intención de verla.
 
Los días bochornosos del verano fueron propicios para nadar en la alberca improvisada que nuevamente había armado. También me bebí algunas cervezas que había comprado expreamente para nuestro encuentro. Muchas veces le dije salud y le sonreí a una presencia inexistente. Con mis piernas creé ondulaciones que se expandían y se reflejaban en las paredes de aquel cubó de madera. La imagine ahí dentro, sonriente, dejándose arrastrar en el acompasado vaivén de aquellas olas. Por alguna razón aquello me consolaba y hasta le daba a mi alma una alegría estéril. La alegría de estar en compañía de una imagen vacía y por tanto pura, arquetípica y surreal. El enojo había cuajado en una tristeza magra. 

Por esos días en venganza me desconecté de las redes sociales para perder todo contacto con ella pero a los pocos días recibí un mensaje suyo en el celular. No decía nada concreto, sólo un saludo. Ni siquiera le contesté. No hacia falta. Pasados tres días le expliqué el motivo de mi desaparición. Quería desconectarme de ese mundo superficial de las redes sociales. No agregó nada excepto que respestaría mi decisión.

A los pocos días me entere que había permanecido por más de una semana en la ciudad y se lo cuestioné. Dijo que aquel mensaje lo había envíado con la intención de verme pero cuando se lo contesté ella ya estaba ocupada con otros asuntos. Nuevamente vislumbre vagamente ese misterioso resplandor de crueldad. Se sabía requerida y deseada pero al mismo tiempo esas emociones se amplificaban cuando más inaccesible parecía. Yo estaba muy decepcionado de mí porque el orgullo no me permitió responderle aquel mensaje y de ella, por no haberme dicho explícitamente que quería verme. Nuevamente desaparecí.

Cuando nuevamente la hablé con ella había pasado cerca de un mes. Yo ya me había marchado de la ciudad. Me mandó una foto de su espalda desnuda en el que se veía el mismo mandala pero ahora revestido de colores.
---Es esa espalda que desearía besar y acariciar.

No pude contener decirle, lo mismo que otras veces y ante lo cual no tuvo objeción.





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